“Por el Páramo, llévame al Páramo; cava una tumba no profunda
y me acostaré ahí. Estos frescos campos liliáceos
no pueden esconder el impasible hedor a muerte
porque un niño grita:
‘Oh, encuéntrame, encuéntrame. Nada más.
Estamos en el nublado y malhumorado Páramo.
Quizás estemos muertos y no estemos aquí.
Pero siempre estaremos, siempre estaremos,
siempre estaremos a tu lado. Oh, podrás dormir,
pero nunca soñarás. Por los Páramos, estoy en el Páramo.
Oh, por el Páramo’. El niño está en el Páramo…”
The Smiths. “Suffer Little Children”
Ian Duncan Stewart nació el 2 de enero de 1938 en Gorbals, Glasgow (Escocia), en el Hospital Materno de Rottenrow. Su padre biológico fue un periodista fallecido poco antes de su nacimiento. Al
principio fue criado por su madre, Margaret Stewart, más conocida como “Peggy”. Pero las penurias económicas agobiaron a su progenitora. Necesitada de más ingresos, “Peggy” trabajaba todo el día.
No podía cuidar de Ian, así que puso un anuncio solicitando una niñera. El matrimonio formado por María y John Sloane respondió al anuncio. Tenían cuatro hijos propios y parecían dignos de
confianza y cariño. A la edad de cuatro meses, Ian era extraoficialmente adoptado por la pareja. ”Peggy” les pagaría y visitaría al niño todos los domingos. Así fue como, desde muy pequeño, Ian
Stewart se convirtió en Ian Sloane. Con el tiempo, las visitas de “Peggy” se hicieron menos frecuentes y cesaron cuando Ian tenía doce años. Para entonces, “Peggy” se había mudado con su nuevo
marido, Patrick Brady, a Manchester.
Ian Brady cuando era niño
Desde pequeño, Ian presentaba ataques de ira incontrolables que desembocaban en que se golpeaba la cabeza contra la pared, una y otra vez. Su madre biológica lo visitaba con frecuencia y le
llevaba regalos, aunque Ian desconocía la verdadera identidad de la mujer que se portaba tan amablemente con él y llamaba “tía” a “Peggy”. Poco tiempo después, le revelarían la verdad, lo que le
causó un fuerte conflicto; no comprendía por qué su madre lo había rechazado y no podía vivir con ella. Los vecinos de los Sloane no aceptaban al niño por su condición social, además de ser
conocido en el barrio por ser pésimo para jugar al football. Era cruel con sus mascotas y maltrataba constantemente a perros y gatos, pateándolos.
Ian Brady
Cuando tenía nueve años ocurrió un evento que sus compañeros siempre recordarían. Sus compañeros y él fueron a los Páramos de Loch Lomond de día de campo. Después del almuerzo, durmieron una
siesta en la hierba. Cuando se despertaron, Ian había desaparecido. Lo encontraron de pie, a 500 metros de distancia, en la cima de una cuesta empinada. Durante una hora se quedó allí, recortado
contra el cielo gigante. Le gritaron y silbaron, pero no les hizo caso. Cuando dos de sus jóvenes compañeros fueron a buscarlo, les dijo que regresaran a casa sin él, que quería estar solo. Una
de sus maestras tuvo que ir por él para ordenarle que volviera. En el regreso, a bordo del autobús, estaba hablador por primera vez en su vida. Para Ian, el rato pasado a solas en esa colina
había sido una experiencia profunda, que influiría en su vida adulta. Según diría muchos años después, se había sentido solo en el centro de un vasto territorio, sin límites. Todo era suyo. Le
pertenecía. Estaba lleno de una sensación de poder y fuerza. En medio de la vacuidad de todo esto, era el amo y señor.
En el colegio hubo un cambio radical. Sus compañeros lo recordarían como un chico muy guapo y un estudiante brillante; incluso aprobó un difícil examen en la Academia de Shawlands, una escuela
para alumnos con una inteligencia superior a la media. Sin embargo, cuando se había convertido en un joven muy popular y asediado por las jovencitas, decayó su nivel académico y comenzó a fumar.
Prefería la imagen de fortaleza que le daba aparentar ser un rebelde, a la del estudiante modelo. Por esos años, Ian desarrolló su fascinación por la ideología nazi y sus símbolos. En la escuela
lo apodaban “El Alemán", sobrenombre que llevaba desde niño, cuando pedía ser un soldado nazi en los juegos de guerra.
Sus tendencias sádicas retornaron: maltrataba psicológica y a veces físicamente a las compañeras de escuela que eran más pequeñas que él. Cuando era adolescente fue detenido en dos ocasiones por
robo, siendo puesto en libertad poco tiempo después. El tercero de sus arrestos tuvo como consecuencia mudarse a vivir con su verdadera madre fuera de Glasgow para evitar ir a prisión. “Peggy”
vivía en Manchester junto con su segundo esposo, el irlandés Patrick Brady, a quien Ian no conocía. Esto sucedió en 1954, cuando Ian tenía diecisiete años. Por una u otra razón, aceptó “Brady”
como su nuevo apellido.
Myra Hindley nació el 23 de julio de 1942 en el distrito de Crumpsall, Manchester (Inglaterra), hija de Robert “Bob” Hindley y de su esposa Nellie. Su padre sirvió en un regimiento de
paracaidistas durante tres años y Myra fue criada por su abuela, Ellen Maybury. Su hermana pequeña, Maureen, nació en agosto de 1946. El padre de Myra gustaba de golpearla por cualquier cosa
cuando era niña, además de maltratar a su mujer. Bob y Nellie se divorciarían en 1965; Nellie, ya divorciada, contraería matrimonio con William “Bill” Moulton. Myra tenía un coeficiente
intelectual de 107 puntos.
Myra Hindley cuando era niña
Estudió en la Ryder Brow Secondary Modern School, donde era considerada una buena alumna, muy responsable. Era atleta y escritora; llevaba un diario, realizaba poemas y cuentos, y leía todo el
tiempo. Para ella, la lectura y la escritura eran un refugio. Sus compañeros se burlaban de ella porque tenía caderas anchas y una nariz larga. Pero el maltrato sufrido a manos de su padre
durante su niñez, hicieron que Myra desarrollara fuertes sentimientos de compasión y empatía hacia los demás.
No soportaba ver el sufrimiento ajeno y adoraba a los niños y a los animales. Era dueña de un perro con el cual compartía tiempo, caricias y confidencias. Myra siempre estaba dispuesta a ayudar a
los demás, les brindaba consuelo y apoyo, era una excelente amiga y jamás utilizaba la violencia, ni física ni verbal, en contra de nadie. Su propio sufrimiento le servía para no maltratar a los
demás.
Myra Hindley
Su reputación de ser una chica madura y sensata redundó en que fuera una niñera popular durante su adolescencia. Los padres y los niños estaban encantados si Myra iba a cuidar a los chicos. Era
muy capaz y demostraba un auténtico amor por los niños. Myra se hizo amiga de Michael Higgins, un tímido y frágil niño de trece años de edad al que ella cuidaba y protegía como si fuese su
hermano menor. A los quince años de edad, Myra sufrió una tragedia que marcaría su vida para siempre: Michael Higgins le pidió a Myra, quien era una excelente nadadora, que lo acompañase a una
sitio donde los niños iban a nadar. Pero Myra estaba muy cansada y se disculpó por no poder ir.
Michael murió ahogado esa tarde. Al saberlo, Myra enloqueció de dolor y remordimiento: estaba segura de que, si hubiera ido con Michael, podría haberlo salvado. Después de este suceso, la joven
se convirtió al catolicismo, la religión profesada por Michael Higgins. La Iglesia Católica la acogió en su momento de debilidad; como resultado descuidó sus estudios, bajando su rendimiento y
nivel notablemente. Durante varios meses, Myra lloraba constantemente y encendía velas en nombre de su amigo por todo Manchester. Le escribía poemas y apuntaba en sus diarios frases sobre el
dolor y la culpa que experimentaba. Su exagerada reacción de dolor alarmaba a su familia.
Myra abandonó la escuela en 1957. Aún tenía quince años. Decidió trabajar para ganarse la vida. Su primer trabajo fue como empleada en Lawrence Scott and Electrometers, una agencia de ingeniería
eléctrica. Fue una empleada modelo y poco a poco superó su pérdida. Seguía siendo una chica amable, entregada, siempre preocupada por los demás. Escuchaba rock and roll y le gustaba la música
clásica. Para 1959, Myra inició su primera relación amorosa con un chico llamado Ronnie Sinclair, pero terminaron poco tiempo después.
Mientras tanto, refugiándose en la lectura y la música, Ian Brady leía con avidez al Marqués de Sade y a Friedrich Nietzsche; continuaba además con sus lecturas de obras sobre el nazismo. Poseía
varios objetos con la esvástica. Igualmente consumía con avidez libros sobre sadomasoquismo, dominación y otras prácticas sexuales. Ian gustaba de pasar largas horas a solas en los Páramos de
Saddleworth, cerca de Oldham, en el condado de Lancashire. Este voluntario aislamiento lo convertía, aún más, en un inadaptado social.
Los Páramos de Saddleworth
Aprovechaba algunas de estas salidas para torturar animales en la zona de los Páramos, donde nadie podía verlo. Perros, gatos, roedores y aves fueron víctimas de una inusitada crueldad: los
pateaba hasta matarlos, los quemaba vivos, los aplastaba con piedras, los mutilaba, les sacaba los ojos; disfrutaba del dolor y los aullidos de los animales, y después terminaba jadeando, antes
de regresar a su casa. A muchos ni siquiera los mataba: los dejaba allí, agonizantes, para que sufrieran durante horas después de que él se hubiera marchado. A otros los amarraba y enterraba
vivos. Fueron las primeras tumbas que cavó en esa zona.
Necesitado de trabajo y presionado por su familia, Ian comenzó a trabajar en una carnicería; disfrutaba cortar la carne y los huesos de los animales. Le fascinaba quedar cubierto de sangre y
pasar horas rodeado de trozos de carne ensangrentada. Su interés por la mutilación creció. Entre los meses de abril y octubre de 1958 trabajó en una cervecería llamada Boddingtons. Por esos días
comenzó a beber; pasaba las noches en los pubs, bebiendo cerveza hasta emborracharse. A los pocos meses era un alcohólico. Cuando bebía, su agresividad surgía: era hiriente, violento y demostraba
su odio y desprecio por todos los que lo rodeaban.
También jugaba constantemente, perdiendo gran parte de su sueldo en cerveza y apuestas. En varias ocasiones inició peleas y llegó a robar algunas cosas. Ian volvió a ser arrestado varias veces
más, siendo finalmente condenado a dos años en la prisión de Strangeways. En prisión, Ian estudió contabilidad. Su intención era convertirse en un gran criminal. Cuando finalmente salió de la
cárcel, estaba listo. En febrero de 1959 empezó a trabajar como almacenista en la empresa química Millward's. Tenía entonces veintiún años.
Por su parte, Myra Hindley llenó varias solicitudes y formularios de entrada para la Marina y el Ejército, pero nunca los envió. Después se fue a Londres en busca de un trabajo, lo que tampoco
dio frutos. El 16 de enero de 1961, Myra comenzó a trabajar como mecanógrafa en la empresa química Millward's. Inevitablemente, conoció a Ian Brady. Era cuatro años mayor que ella y poseía un
aire de hombre de mundo que la fascinó desde el principio. Durante 1961, Myra escribió en su diario la fascinación y admiración que sentía por Brady. Pero a él la chica le era indiferente.
Pasarían varios meses hasta que el 22 de diciembre de 1961, en la fiesta de Navidad de la empresa y al calor de unas copas, Myra e Ian comenzaron una relación amorosa.
Durante su primera cita, Ian Brady invitó a Myra a ver la película Los Juicios de Nuremberg, sobre la forma en que los criminales de guerra nazis habían sido juzgados y condenados en esa
ciudad alemana. Las semanas siguientes, Myra comenzó su adoctrinamiento. Tuvo que leer todo aquello relacionado con el nacionalsocialismo: desde Mein Kampf (Mi lucha), el libro escrito
por Adolf Hitler hasta las biografías de los principales nazis. También Crimen y castigo de Dostoievski y las obras del Marqués de Sade.
Myra adoptó la ideología de Ian Brady, su forma de vida, sus intereses y hasta cambió el color de su cabello por él. Se vestía con ropa similar a la utilizada por las mujeres alemanas durante la
guerra y con botas negras de piel, de tacón alto, lo que a él lo excitaba. Después de este entrenamiento, Ian Brady hizo que Myra sacase una licencia para portar armas, lo que les permitió
adquirir algunas pistolas. Brady no podía adquirirlas por ser un ex presidiario.
Myra teñida de rubia y con botas
Myra también obtuvo la licencia para conducir. Las lecturas y las conversaciones con Brady tuvieron su efecto; la afilada inteligencia de Ian caló profundo en la impresionable Myra, quien dejó de
creer en Dios al conocer en detalle las atrocidades cometidas por los nazis y los puntos de vista de diferentes filósofos. Aprendió a despreciar a los judíos, a los negros, la religión, las
convenciones sociales, el matrimonio e irónicamente, a las mujeres.
Brady la inició además en la sexualidad desaforada; le enseñó el placer del dolor y la convenció para que se tomaran fotografías desnudos o haciendo el amor. Filmaron algunas cintas
pornográficas, pero su interés en esto decayó rápidamente.
Más que la experimentación sexual, la verdadera pasión de Brady era la violencia. Mientras tenían sexo, Ian Brady llamaba a su novia "Myra Hess", en honor al apellido del oficial nazi Rudolf
Hess.
Brady comenzó a planear robos a bancos que nunca llegaron a efectuar. Por esos días, Ian llevó a Myra al lugar donde disfrutaba estar a solas: los Páramos de Saddleworth. Le mostró la zona, con
algunas construcciones en ruinas, tierra floja y muchísima soledad. Myra quedó fascinada con el lugar y se acostumbraron a ir allí para estar a solas, tener sexo y tomarse fotografías. A lo único
a lo que Myra se negaría siempre sería a maltratar animales: su perro la acompañaría aún en su etapa más oscura.
Ian y Myra en los Páramos
Estando con Ian, Myra desarrolló su odio a los niños. A ella, que tanto los había amado y protegido, de pronto le parecían seres detestables, llenos de manías, pequeños locos problemáticos que
solamente causaban conflictos y disgustos. En sus escritos posteriores, Myra afirmaría: “Sí, me hundí en niveles subhumanos. Yo conocía la diferencia entre el bien y el mal y me preocupaba
por ello, aunque encerré esos sentimientos.
“Nunca intenté justificar mis acciones ante mí misma o ante Ian Brady, y en ese sentido fui la más culpable de los dos. Aparté mis creencias para identificarme completamente con un hombre que
se había convertido en mi Dios, a quien temía y adoraba al mismo tiempo. Tenía una personalidad poderosa a la que me sometí casi del todo. Casi del todo, porque secretamente, nunca creí ni estuve
de acuerdo con todo lo que decía”.
El 12 de julio de 1963, Ian Brady decidió dar el paso definitivo. Pauline Reade, una chica de dieciséis años, se dirigía a un baile de los trabajadores ferroviarios la noche de su desaparición.
Originalmente, había planeado ir con tres amigas, Linda, Barbara y Pat, pero en el último minuto, cuando sus padres se enteraron de que no habría alcohol disponible, ellas decidieron mejor no ir.
Decidida a no perderse el baile, Pauline decidió ir sola. Vestida con un traje color rosa, salió de su casa a las 20:00 horas. Ian convenció a Myra para que abordara a la chica y la invitara a
acompañarlos a los Páramos de Saddleworth, para que la ayudara, supuestamente, a buscar un guante. Ian las siguió en su motocicleta.
Pauline Reade
Una vez en la zona, Ian sometió a Pauline. La zona seguía siendo un lugar solitario, nadie iba por allí. Ian golpeó a la chica, luego le quitó la ropa y la dejó completamente desnuda. Myra miraba
la escena atentamente, fascinada al contemplar el otro lado de la violencia: la posibilidad no solamente de sufrirla, sino de ejercerla. Una vez desnuda, Ian golpeó a Pauline un rato más; ella
lloraba y pedía que la dejaran en paz. Nadie le hizo caso; Ian la violó mientras la chica no dejaba de gritar. Después tomó un cinturón y la estranguló.
Pauline fue su primera víctima. Cuando todo terminó, Ian le pidió ayuda a Myra: cavaron un agujero y allí enterraron el cuerpo. Luego regresaron a la ciudad. Como Pauline aún no había llegado a
casa a la medianoche, sus padres, Joan y Amos, salieron a buscarla. Llamaron a la policía a la mañana siguiente. La búsqueda de la policía también resultó inútil. Parecía que Pauline se había
evaporado.
Su segunda víctima fue John Killbride, de doce años de edad. El 23 de noviembre de 1963, John Killbride y su amigo John Ryan fueron al cine por la tarde. Cuando la película terminó a las 17:00
horas, se fueron al mercado de Ashton-Under-Lyne para ver si podían ganar algún dinero ayudando a los vendedores ambulantes a recoger sus puestos. John Ryan dejó a John Killbride de pie al lado
de un contenedor cerca del puesto de un vendedor de alfombras para ir a su casa y coger el autobús. Fue la última vez que alguien lo vio. Myra engañó al niño llevándolo a la misma pradera. Myra
le dijo que se veían en una zona cercana para que la ayudara a buscar un objeto perdido, por lo cual le daría algo de dinero; a cambio, el niño no debería decirle a nadie donde iba a estar. El
chico obedeció las indicaciones.
John Killbride
En los Páramos de Saddleworth ya estaba esperando Ian, quién de inmediato comenzó a golpear al chico. Le dio puñetazos y lo pateó en el estómago, le pisó los dedos y lo golpeó en la cabeza. El
niño lloraba. Myra observaba nuevamente. Ian le ordenó al niño que se quitara la ropa; una vez que estuvo desnudo, lo obligó a ponerse boca abajo y lo violó analmente. Se había llevado una de las
pistolas adquiridas por Myra; cuando el chico yacía en el piso, inconsciente, trató de ejecutarlo con un disparo. Pero el arma estaba atascada y no pudo dispararle. Enfurecido, esperó que el
chico volviera en sí y después lo estranguló. Con ayuda de Myra, cavó otra fosa y enterró el cadáver. Cuando John no regresó sus padres, Sheila y Patrick, llamaron a la policía. Por segunda vez
una búsqueda se llevó a cabo, con la policía y miles de voluntarios peinando los alrededores buscando cualquier pista sobre la desaparición de John. Otra vez no hallaron nada.
El tercer asesinato tuvo como víctima a Keith Bennet, de doce años de edad. El 16 de junio de 1964, los dos lo abordaron en la calle y lo invitaron a acompañarlos a un supuesto día de campo. Otra
vez lo condujeron a los Páramos. Nuevamente se repitió la rutina: Ian lo obligó primero a desnudarse ante la mirada cómplice de Myra. Después descargó su furia sobre el chico, golpeándolo hasta
que se cansó. Ian lo violó analmente, lo estranguló y volvieron a cavar una fosa. Una vez enterrado el cadáver, volvieron a la ciudad.
Keith Bennett
Era martes y todos los martes Keith Bennett iba a la casa de su abuela para pasar la noche, que quedaba a kilómetro y medio de distancia. Siempre se iba solo. Su madre lo vio en el cruce de
Stockport Road, luego lo dejó para ir a jugar bingo en la dirección opuesta. Cuando Keith no llegó a la casa de su abuela, la anciana asumió que habían decidido no enviarlo aquel día. La
desaparición de Keith no fue descubierta hasta la mañana siguiente, cuando la abuela llegó a la casa de su hija sin Keith. De nuevo, la policía fue llamada, de nuevo se realizó una búsqueda, y de
nuevo parecía que el niño había desaparecido sin dejar rastro. Tiempo después, y con el objetivo de causar más sufrimiento a la madre del niño, Myra e Ian se negarían a revelar a la policía el
sitio exacto donde habían enterrado a su víctima. Su cadáver nunca fue hallado.
Keith Bennett poco antes de su asesinato
Fue en un parque de diversiones donde conocieron a Lesley Ann Downey, una niña de diez años. Ian y Myra habían ido a pasear a la feria y vagaban por allí, comiendo helados, cuando la vieron.
Lesley les sonrió amigablemente; había ido sola a aquel lugar. Ellos intercambiaron una mirada cómplice y la abordaron. Se mostraron muy amables con ella, le compraron un algodón de azúcar y
finalmente la invitaron a acompañarlos y quedaron de verla en otro sitio un rato después. Esta vez la llevaron a su casa. Ian y Myra la obligaron a que se desnudara por completo. Al principio
ella, desconcertada, se negó, pero Ian le dijo que era para un trabajo fotográfico y le mostró su cámara. Como ella se resistía, la obligaron. Una vez desnuda, Ian la amarró, la colocó en varias
posiciones sexualmente explícitas y le tomó nueve fotografías.
Lesley Ann Downey
Satisfecho, Ian comenzó a pegarle, abofeteándola y propinándole puñetazos y patadas. Habían puesto un disco de The Beatles y la canción “I feel fine” sonaba como fondo. Myra tenía una grabadora;
aprovechó la ocasión y grabó los gritos de su víctima; la niña lloraba, gritaba y rogaba por su vida. La grabación de dieciséis minutos era escalofriante: “¡Por favor, no me hagan nada, por
favor, mamá, ayúdame! ¡Dios mío, ayúdame! ¿Qué van a hacer conmigo?” Se escuchaba la música al fondo, así como la voz de Myra, primero tratando de convencerla de que se calmara, luego
insultándola y amenazándola. También se oía la voz de Brady, furioso, gritándole. Este finalmente la violó vaginal y analmente, mientras Myra observaba todo con frialdad. Luego Ian la
estranguló.
Después de llevar a cabo este ritual, la enterraron a la mañana siguiente en los Páramos de Saddleworth. Las nueve fotos y la grabación fueron utilizadas para ambientar sus siguientes encuentros
sexuales: hacían el amor rodeados de las imágenes de la niña torturada y escuchando sus gritos de dolor y terror, lo cual los excitaba. Luego, las fotos y el cassette fueron guardados en una
maleta.
Cuando no regresó, sus padres llamaron a la policía. La buscaron en el campo, miles de personas fueron interrogadas y se exhibieron carteles de recompensa, pero no se descubrieron nuevas pistas.
Nadie pudo decirles a los padres de Lesley Ann que es lo que había sucedido con su hija.
Jennifer “Jenny” Tighe, de catorce años, fue su siguiente víctima. El treinta de diciembre de 1964, la niña fue a un club en Manchester para escuchar a varios de sus grupos de rock locales
favoritos. Myra e Ian la interceptaron en la calle, la llevaron a su casa, le pusieron la canción de The Beatles y repitieron el procedimiento: la desnudaron, la golpearon, la torturaron
quemándola con cigarrillos, la violaron y estrangularon. Su cuerpo terminó enterrado en los Páramos. Su padre estaba seguro de que la niña se había fugado “con los beatnicks” y así se lo comentó
a la policía: fue un gran error. En la investigación que tendría lugar tiempo después, Jennifer no sería considerada víctima de la pareja, hasta que Myra, muchos años después, confesó el
crimen.
Jennifer “Jenny” Tighe
Ian y Myra seguían yéndose a pasear a los Páramos, donde conversaban abiertamente de sus crímenes. Gustaban de tomarse fotografías junto a las tumbas de sus víctimas, riéndose. En agosto de 1965,
se suprimió la pena de muerte en el Reino Unido y la cadena perpetua se convirtió en la máxima pena, esto redundaría en beneficio de la pareja homicida.
Ian y Myra sobre la tumba de una de sus víctimas
Su última víctima conocida fue Edward Evans, un chico de diecisiete años. El 6 de octubre de 1965, lo invitaron a su casa con insinuaciones sexuales de Myra. Cuando el chico estuvo desnudo, Ian
se dedicó a golpearlo. Después lo amarraron y lo pusieron sobre un sofá, donde dedicaron varias horas a torturarlo.
Maureen, Ian y Myra
En la noche, Myra visitó la casa donde vivía su hermana Maureen con su novio, David Smith. Myra le dijo que tenía miedo de caminar sola por la calle en la oscuridad, así que su cuñado se ofreció
a acompañarla. Cuando llegaron a casa de Myra, ella lo invitó a entrar para tomar una copa de vino. Él aceptó. Mientras él estaba en la cocina, ella se fue a otra parte del lugar.
La casa de Ian y Myra
David Smith estaba leyendo una de las etiquetas del vino cuando escuchó un grito prolongado. Myra lo llamó desde la sala. David Smith, quien estaba al corriente de que Myra se había convertido en
una persona muy extraña que hablaba continuamente sobre el odio que profesaba hacia muchas personas, entró a la sala y vio cómo Ian tomaba el cuerpo de Edward Evans y lo arrojaba al suelo. Estaba
tan desfigurado y sangrante que Smith pensó que se trataba de un muñeco, pero después vio que se movía. Ian tomó entonces un hacha. Ante la mirada del asombrado David, le dio al chico un hachazo
en la cabeza. Como Edward aún se quejaba lastimosamente, Ian le propinó un segundo hachazo para rematarlo. Aún se movía.
Edward Evans
Ian colocó un trapo sobre la cabeza del joven y le enredó un trozo de cable eléctrico alrededor del cuello. Lo estranguló mientras profería insultos. Cuando el chico finalmente dejó de moverse,
Ian miró a su concuño y le dijo: "Eso es todo. Era el más sucio”. Para entonces, Myra entró con una bandeja llena de tazas de té. Ian se burló de la expresión en el rostro del chico
cuando le había dado el hachazo y de sus lamentos.
Luego, Ian le pidió a David que lo ayudase a cargar el cadáver. Consciente de lo que su concuño era capaz de hacer, David Smith accedió. Después de ayudar a Ian a cargar el cadáver de Edward
Evans y colocarlo en una habitación del segundo piso, dio una excusa y se marchó del lugar, prometiéndoles volver para ayudarlos a enterrarlo. Myra le dijo a Ian que confiaba en su cuñado y que
no los delataría.
David Smith
Pero su confianza no tenía fundamento en la realidad. Lo primero que hizo David Smith fue acudir a la Estación de Policía de Manchester. Allí denunció el asesinato del que había sido testigo. La
policía llegó a la casa de Brady y Hindley; allí descubrieron el cuerpo ensangrentado de Evans cubierto con una sábana, en una habitación del segundo piso de la casa. Ian Brady y Myra Hindley
fueron arrestados inmediatamente y acusados de asesinato tras la declaración de David Smith.
Tras ser interrogados, Myra confesó. Ian lo hizo poco después: admitió haber matado de un hachazo a Edward Evans porque había un testigo, pero exculpó a Myra del crimen; también admitió cuatro
asesinatos más. Hasta noviembre de 1986, veinte años más tarde, Ian no admitió ser el culpable de las muertes de Pauline Reade y Keith Bennet.
Los agentes localizaron la maleta que contenía las nueve fotografías de la desnuda y torturada Lesley Ann Downey, así como la grabación con sus gritos. El nombre de John Kilbride estaba escrito
en un cuaderno, las descripciones de los asesinatos se hallaban en el diario de Myra y también las fotografías sobre los sepulcros.
Ian tras su detención
Ann West, la madre de la fallecida Lesley Ann Downey, fue una de las personas que más sufrió a causa de la pareja. Tuvo que ver las nueve fotografías de su hija desnuda, atada y violada, además
de escuchar su voz en la grabación para poder inculpar a Ian y Myra. Su dolor aumentó cuando Ian declaró que no se arrepentía de nada de lo que había hecho.
La investigación se centró en los Páramos de Saddleworth en las afueras de la ciudad, donde Brady y Hindley habían enterrado a sus víctimas; varios cadáveres fueron recuperados. El juicio comenzó
el 21 de abril de 1966. El fiscal Sir Elwyn Jones acusó a Ian Brady y Myra Hindley de ser "personas malvadas", que se jactaban de sus asesinatos y disfrutaban del dolor de las familias.
La búsqueda de cadáveres en los Páramos
Durante el juicio, la madre de Lesley Ann Downey, Ann West, tuvo que escuchar otra vez la grabación otra vez de los últimos momentos de vida de su hija para poder reconocer su voz: los gritos
resonaron en el Tribunal hasta que la madre se derrumbó. Ian y Myra sonreían. Esto creó un odio gigantesco en la opinión pública británica y en la prensa, quien de inmediato bautizó a la pareja
como “Los Monstruos de los Páramos”.
El cadáver de Lesley Ann Downey
Durante el juicio, su hermana Maureen no dudó en declarar cómo Myra había cambiado radicalmente al comenzar a salir con Brady: “Era una joven adusta que decía odiar al género humano. Myra se
sentía incapaz de imaginar la vida sin Brady. Tan unida se sentía a su novio, que ni siquiera cuando un día éste le dijo que quería abusar sexualmente de un niño, fue capaz de
dejarlo”.
La policía fue incapaz de encontrar dos de los cuerpos enterrados y se conformaron con acusarlos por los que sí habían hallado. Durante todo el juicio, Ian y Myra intentaron culpar a David Smith
de los asesinatos, una actitud que sólo sirvió para profundizar el odio del público hacia ellos.
La foto de Ian bajo arresto
En ningún momento durante el juicio mostraron arrepentimiento o alguna reacción emocional ante el dolor de las familias de sus víctimas. Además, la fotografía de Myra tras su detención se
reprodujo hasta el hartazgo en todos los periódicos y se convirtió en un icono instantáneo: el rostro del Mal que los británicos identificaban y maldecían. La misma Myra diría que nada le hizo
tanto daño como esa fotografía.
La célebre foto de Myra bajo arresto
El 6 de mayo de 1966 ambos fueron condenados a cadena perpetua. En 1967, el Secretario General de Justicia decidió que la pareja de asesinos nunca saldrían de prisión. Ann West murió a causa de
la depresión en la que se sumió después del asesinato de su hija de diez años. Fallecida treinta y dos años después, pese a todo la atormentada Ann West murió sabiendo que los dos homicidas se
quedarían en la cárcel. Luego de ser condenada, Myra Hindley solicitó varias veces la libertad condicional pero nunca le fue concedida.
Cartas manuscritas de Ian y Myra
En prisión, Myra se convirtió en la reclusa número 964055. Compartió celda con otra famosa asesina en serie británica, Rosemary West. Allí pasó muchos años, recibiendo continuamente flores,
dinero y cartas de admiradores. El caso más extraño fue el de un chico de trece años, quien le escribió a Myra para decirle que estaba seguro de que ella había cambiado y era ya una buena
persona. La carta del niño, quien había recibido permiso de sus padres para escribirle a la asesina, se publicó en los periódicos británicos. En 1970, Myra rompió todo contacto con Brady. Nunca
volvería a verlo.
La carta del niño fan (click en la imagen para ampliar)
Sobre su ex pareja, Brady diría: “Myra era un camaleón que simplemente reflejaba lo que ella creía que le agradaría a la persona a la que se dirigía. Era capaz de matar a sangre fría. En este
sentido, tuvimos una fuerza inexorable". En 1985, tras diecinueve años en prisión, Ian fue declarado mentalmente insano y enviado a un hospital psiquiátrico. Luego fue ingresado en el
Hospital de Ashworth en Liverpool, Merseyside, Inglaterra, donde se le diagnosticó esquizofrenia paranoide. Permaneció allí hasta convertirse en un anciano, debatiéndose día a día entre la vida y
la muerte debido a varios intentos de suicidio y huelgas de hambre que deterioraron su salud.
El Hospital de Ashworth
Pese a esto, Brady no se arrepintió nunca de sus crímenes y hasta escribió un libro "felicitando a sus colegas asesinos". Además siguió jactándose de sus asesinatos y continuó por años
jugando con el dolor de los familiares de sus víctimas, en especial con la familia de Lesley Ann Downey. Ian Brady aceptó rápidamente su condena y pronto se instaló en la vida carcelaria.
Myra Hindley continuó afirmando su inocencia, afirmando que Brady y Smith habían sido los responsables de los asesinatos. Inmediatamente después de su condena, comenzó el proceso de apelación,
solicitando la asistencia de Lord Longford. Se le negó el derecho de apelación. A principios de 1987, Hindley hizo pública una confesión completa. Admitió el conocimiento y la participación en
los cinco asesinatos, incluidos los de Pauline Reade y Keith Bennett, aunque seguía insistiendo en que ella no había cometido realmente un homicidio. Hasta le hizo un mapa a la policía para que
encontraran un cadáver.
Mapa realizado por Myra
La confesión confirmó las sospechas de la policía de que los restos de Pauline Reade y Keith Bennett seguían enterrados en los Páramos. Ni Myra ni Ian dieron la ubicación exacta, pero el cuerpo
de Pauline finalmente fue localizado el 1 de julio de 1987. La identificaron por su vestido de fiesta color rosa, enterrado junto a ella.
Carta para Myra de la madre de una víctima
En el momento de su confesión, el abogado de Myra expresó su convicción de que sus posibilidades de libertad condicional mejorarían considerablemente si mostraba remordimiento, y que esperaba que
pudiera tener éxito en obtener su liberación en otros diez años. Con esto en mente, a pesar de haber declarado que no iba a continuar su lucha por la libertad, Myra Hindley volvió a solicitar la
libertad condicional en 1986.
Los sobres con evidencias
“Creo que ya he pagado mi deuda con la sociedad y expiado mis crímenes”, aseguró Myra pidiendo clemencia. “Sólo le pido a la gente que me juzgue por lo que soy ahora, no por lo que
era entonces”. Pero nunca lo logró. Era tal la animadversión que despertaba, que el mero hecho de que un artista colgara un retrato de ella en una galería de arte provocó un alud de
protestas: la pintura la mostraba como una santa.
"Santa Myra"
Los insistentes rumores de que las víctimas podrían alcanzar la cifra de diecisiete niños entorpecieron todo. Cediendo ante el peso de la opinión pública y una feroz campaña mediática de las
familias de las víctimas, el entonces Secretario del Interior, Michael Howard, declaró que Myra Hindley nunca sería liberada.
Caricatura sobre Myra Hindley
Esta medida la afectó junto con otros veintitrés asesinos, entre ellos Ian Brady, Peter Sutcliffe “El Destripador de Yorkshire” y Dennis Nilsen “El Carnicero de Muswell Hill”, todos
secuestradores, torturadores y homicidas en serie.
La prisión
El 1 de enero de 2000, se anunció que Myra Hindley iba a llevar su batalla legal perpetua a la Cámara de los Lores. Había estado más de treinta y tres años en la cárcel. Aprovechó su tiempo en
prisión: estudió Humanidades hasta licenciarse, continuó escribiendo e inició una relación amorosa con una de las celadoras.
La amante de Myra en prisión
Pasaba la mayor parte de su tiempo dedicada a la lectura y el estudio de idiomas y, según su consejero de la prisión, "lamentaba profundamente su participación con Brady". También
redescubrió el catolicismo y fue perdonada de sus crímenes por un cura. Mientras el proceso legal y las apelaciones continuaban, las familias de sus víctimas juraban venganza: si Myra salía de
prisión, la buscarían para matarla.
La madre de Keith Bennett
"Les pido que me juzguen como soy ahora y no como era entonces", declaraba. Una parte de la opinión pública estaba a su favor, entre ellos Lord Longford, el abogado Andrew McCooey, el
reverendo Peter Timms y David Astor, editor del periódico The Observer. Todos ellos se quejaban de que hubiera estado recluida más de tres décadas.
Myra en su vejez, poco antes de morir
En agosto de 2001, se reveló que Ian Brady ganaría £12,000.00 libras por su libro sobre asesinos en serie. El libro analiza la psicología de criminales como Peter Sutcliffe “El Destripador de
Yorkshire”, pero no hace mención de sus propios crímenes. La decisión de publicar el libro, titulado Los puentes de Janus, fue condenada por muchos, sobre todo por las familias de las
víctimas de Brady. Un portavoz de los editores defendió su decisión diciendo: "Ian Brady considera la idea del Bien y del Mal y cree que la gente debería ser capaz de hacer lo que quiera. Es
muy convincente". Brady también escribió su autobiografía, pero dio instrucciones para que no se publicara hasta después de su muerte.
Por su parte, Myra fumaba mucho, sufría de angina de pecho e hipertensión. El 15 de noviembre de 2002, tras una enfermedad pulmonar, Myra sufrió un ataque cardíaco y fue ingresada en el hospital;
pocas horas después murió de insuficiencia respiratoria, derivada de una grave infección en el pecho después de su ataque al corazón.
La muerte de Myra en los noticieros
Sus crímenes marcaron la historia británica. Después de ellos, pocos asesinos en el Reino Unido calaron tan profundo en la opinión pública y despertaron tanta animadversión. Hasta la fecha, los
cadáveres de algunos de los niños que mataron siguen allí: enterrados en algún lugar de los Páramos, sin que se les haya podido hallar.