"Me he quedado encerrada, ¿quién puede tenderme una mano?
Porque todo lo que pienso aquí se asienta.
Ya no son los avatares de los seres,
Ni los cordones que estoy siempre atando,
Ni los rincones oscuros de la casa,
Ni sus ojos, hermosamente fríos,
Es todo el polvo que vuela certero,
Son las pesadillas, los sueños inconfesables,
Es del raciocinio el frustrado intento
De hilar redes que soporten la bruma.
Y las personas más frívolas que existen.
Es de donde ya no puedo salir, es fuego
Donde me voy consumiendo con el tiempo,
Es el sin cesar de las palabras que dicen,
Es el único camino hacia lo eterno.
¿Quién me daría ahora la mano?
Desde aquí lo digo, desde el encierro,
Con estas letras exactas y oscuras".
Inés. "El encierro"
Gertrude Baniszewski pasó una vida de carencias materiales y emocionales. Su padre murió cuando ella tenía once años, dejando a su madre con seis niños para criar. Cinco años más tarde, a los
dieciséis, Gertrude dejó el colegio y se casó con John Baniszewski, de dieciocho años. Tuvo cuatro hijos. Ella y John se divorciaron luego de diez años de relación. Ella se casó de nuevo, esta
vez con Ed Gutherie, pero esta unión sólo duró tres meses. Gertrude se dio cuenta de que había cometido un error. Luego cometió uno más grande: se volvió a casar nuevamente con su primer marido,
John, y tuvo dos hijos más antes de divorciarse de él por segunda vez en 1963. Nunca acostumbrada a estar sola, Gertrude se mudó con Dennis Lee Wright y, prontamente, dio a luz al niño número
siete antes de que Dennis se fuera. Durante esta serie de embarazos, Gertrude también tuvo seis abortos.
Para 1965, Gertrude tenía treinta y siete años y se veía como una persona de sesenta. Fumaba sin parar, bebía constantemente, sufría de asma y tenía una serie de achaques. Su única entrada
económica consistía en lo que podía extraer de los padres de sus hijos. Para completar sus gastos, planchaba ajeno. Un día, dos desconocidos llamados Betty y Lester Likens le pidieron a Gertrude
que cuidara de sus dos hijas mientras ellos trabajan para un circo en Florida. Las dos niñas ya conocían a los hijos de Gertrude: los habían visto a la salida de la iglesia. Los padres le
ofrecieron veinte dólares a la semana y Gertrude aceptó.
En el verano de 1965, Sylvia de dieciséis años, y Jenny de quince, se mudaron con Gertrude y sus hijos al 3850 de East New York St., en la pacífica ciudad de Indianápolis, Indiana. Sylvia era una
chica agradable y callada a quien todos querían. Cooperaba y ayudaba con el planchado y los platos. Su hermana Jenny era una adolescente bastante callada. Había nacido con la pierna izquierda
encogida. Más allá de su discapacidad, se las arreglaba para bailar y montar patineta. La primera semana en la casa de Gertrude no ocurrió nada fuera de lo normal. Las dos chicas Likens parecían
llevarse bien con los chicos Baniszewski.
Sylvia Likens
Pero un comentario demostró lo que Gertrude desarrollaría hacia ellas. Siete días después de que ellas llegaran, el cheque prometido por los padres de las niñas se retrasó. Gertrude les dijo:
"Bien, perras, he cuidado de ustedes durante una semana por nada"; acto seguido, las llevó al sótano y las azotó en las nalgas con un cinturón. Jenny no aguantó el castigo y Sylvia se
ofreció para que a ella le tocara también el castigo de su hermana; Gertrude accedió. Al día siguiente, llegó un sobre con los veinte dólares por correo; se había retrasado por una confusión del
cartero. Dos días más tarde, los Likens se tomaron un tiempo libre del empleo en el circo para pasar por la residencia de los Baniszewski para ver cómo estaban sus hijas. Nadie se quejó. Todo
parecía estar bien, así que los Likens se regresaron contentos.
Jenny Likens
Tiempo después, por alguna razón, Gertrude se convenció de que Sylvia estaba pasando demasiado tiempo en la tienda de alimentos. Sylvia trató de explicarle que había encontrado unas botellas de
refresco vacías y estaba devolviéndolas para ganar un poco de dinero extra. Gertrude no quería oírla. Decidió castigar a Sylvia pegándole con una paleta. La paleta tenía un espesor de casi un
centímetro. Luego de esa primera vez, Sylvia siempre era culpada por romper las reglas de la casa. Cuando Gertrude se cansaba de sufrir de asma, ponía a su hija mayor, Paula como encargada de la
paleta. Paula, una obesa chica de ochenta kilos, amaba su nuevo poder. Ella le aplicaba la paleta a Sylvia una buena cantidad de veces.
Paula Baniszewski
En ese momento, no todo era trabajo y golpes para Sylvia. Le encantaba caminar en el parque cercano, acompañada por su hermana Jenny, hasta que llegaban a la iglesia. Pero mientras avanzaba el
verano, parecía que para Gertrude todas las desgracias del mundo eran culpa de Sylvia Likens. A la hora de la cena, en la mesa, Sylvia generalmente no recibía comida. Se le obligaba a observar
cómo comían los otros. A veces, su hermana Jenny robaba un poco de pan para ella, pero era tanto el temor que sentía hacia Gertrude que nunca se atrevió a desafiarla.
La casa de Gertrude
La casa de los Baniszewski era el lugar donde se reunían los adolescentes del barrio; uno de ellos era amante de Gertrude e incluso tenía un bebé con ella del que, por supuesto, no se hacía
cargo. Cuando varios jóvenes observaron que Sylvia soportaba el abuso al que era sometida, ellos también comenzaron a mofarse de ella y a aplicarle castigos físicos. Coy Hubbard, quien tenía
quince años, pesaba 85 kilos y medía casi dos metros, se convirtió en uno de los peores tormentos de Sylvia. Era una especie de experto en judo y le encantaba lanzar a la chica por el aire. En el
sótano de los Baniszewski, había un viejo colchón que supuestamente evitaría que Sylvia se hiciera daño. Coy siempre calculaba mal y Sylvia aterrizaba con un crujido en el piso de cemento. Todo
el mundo se reía. Nadie, incluyendo a su hermana Jenny, hizo nada al respecto. Después de todo, el único adulto cuidándolos era Gertrude, y ella no sólo aprobaba su comportamiento sino que
parecía deleitarse con él.
Coy Hubbard
Los castigos empezaron a aumentar en intensidad y frecuencia. En una ocasión, Paula acusó a Sylvia de que hablaba mal de ella. Gertrude tomó a la niña, la puso en la sala, delante de todos, y
comenzó a quemarle los brazos con un cigarrillo encendido. Todo se convirtió en un juego perverso, orquestado por una mujer diabólica que estaba descargando las desgracias de su vida en una niña
indefensa. El abuso continuó, interrumpido solamente cuando los de afuera entraban en la casa.
El sótano
Un día, el reverendo Roy Julian pasó a saludar. Se fue bastante preocupado por Gertrude, pues en su condición de enferma era difícil soportar tal contingente de niños. La señora Saunder,
enfermera de salud pública, hizo una llamada. Gertrude explicó que una de las niñas a su cuidado, Sylvia Likens, era una prostituta y estaba corrompiendo a sus hijos. La señora Saunders se
compadeció, pero nunca regresó. Gertrude decidió que Sylvia no estaba a la altura para dormir arriba con el resto de la familia. La niña fue arrojada escaleras abajo con un empujón, al sótano que
se parecía a un calabozo privado. Desde ese momento, sólo la alimentaron con galletas saladas y agua. Se desnutrió y deshidrató.
El colchón de Sylvia
Cada cierto tiempo, los chicos la sumergían en baños hirvientes. Cuando era sacada, su cuerpo estaba rojo por el calor. Una vez se desmayó y fue arrastrada fuera del agua por el cabello. Sylvia,
ahora cubierta por quemaduras de cigarrillos y otras heridas causadas luego de ser lanzada por el aire y arrastrada por el piso de cemento, recibió el tratamiento de Paula: le pasó sal por las
heridas. Luego Gertrude obligó a la niña a escribir varias cartas donde detallaba escabrosos asuntos sexuales y confesaba que era una prostituta.
La tina donde metían a Sylvia
El espíritu de Sylvia terminó por romperse y dejó de pelear por su vida. Fue el día en que Gertrude le ordenó a Jenny que cacheteara continuamente la cara de su hermana hasta que se pusiera
totalmente. Luego del incidente, Sylvia ya no se resistió al abuso. Gertrude le arrancó la blusa y los pantalones cortos para dejarla totalmente desnuda; así permaneció de allí en adelante.
Jenny Likens, la hermana de Sylvia, y Diane, una de las torturadoras
Atada en el sótano, tiritaba de frío y sufría hambre y sed, además del abuso de todos los que deseaban solazarse en su dolor. Muchos niños y adolescentes convirtieron en rutina su viaje
vespertino al sótano para golpearla, quemarla, tirarla al piso y patearla entre varios, morderla, besarla y abusarla sexualmente. Otros iban a presenciar las vejaciones y a burlarse. Llevaban a
sus novias e invitaban a otros amigos. Frecuentemente, estos otros invitados también decidían participar en los tormentos a la niña. Alguien hizo un dibujo de la niña poniéndole cuerpo de mujer y
una posición sexualmente explícita.
John Baniszewski Jr. tenía solamente diez años, pero le gustaba oír gritar de dolor a Sylvia cuando le ponía cigarrillos encendidos en los brazos, las piernas y el estómago. También gozaba al
darle puñetazos en el rostro, golpearle el vientre o patearle y pisarle la cara mientras estaba en el piso; fue quien organizó tours llevando a sus amigos y a los chicos del barrio a pasar tardes
enteras torturando a la niña antes de que se fueran a cenar a sus casas.
Escenas de la película La chica de al lado, basada en el caso de Sylvia Likens
Gertrude llegó en una ocasión a obligar a Sylvia a que se introdujera por la vagina una botella de cristal de Coca Cola, ante la mirada lasciva y divertida de sus hijos y sus amigos. La botella
se rompió estando dentro del sexo de la niña y le desgarró las paredes vaginales. Todos celebraron el hecho con risas y aplausos mientras Gertrude fumaba un cigarrillo tras otro.
Una de las cartas
Una vez, el adolescente Richard Hobbs le apretó el cuello a la niña durante tanto tiempo, que Sylvia perdió el conocimiento y pensaron que había muerto. Hobbs también la sostuvo mientras Gertrude
tomaba un alambre al rojo vivo y grababa en el estómago de la chica: "Soy una prostituta y estoy orgullosa de serlo".
Richard Hobbs y Gertrude Baniszewski
Gertrude se cansó de la tarea, pero Hobbs se hizo cargo del trabajo y lo completó. Esa tarde, Coy Hubbard pasó por la casa. Golpeó a Sylvia en la cabeza con un palo de escoba, dejándola
inconsciente.
Coy Hubbard, uno de los torturadores
A la mañana siguiente, Sylvia estaba incoherente y hablaba sobre irse con sus padres y alcanzarlos en la feria donde se encontraban. Tenía moretones por todo el cuerpo, hedía a causa de la falta
de aseo y sus cicatrices de quemaduras resaltaban por todas partes de su piel. Gertrude decidió que debía mojarla con la manguera. Una manguera de jardín fue llevada hasta el sótano. Todo el
mundo se rió mientras el agua salpicaba sobre el demacrado cuerpo de Sylvia Likens. En un momento, ella ya no se movió. Estaba muerta.
Marie Baniszewski, hija de Gertrude y torturadora de Sylvia
Richard Hobbs llamó a la policía con la vaga noción de que ellos le aplicarían respiración boca a boca para resucitarla y todo estaría bien. Al ver el cuerpo, los oficiales y médicos declararon
que el de Sylvia Likens era el peor caso de abuso físico que habían investigado en la historia del estado de Indiana.
Escenas de la película El encierro, basada en el caso de Sylvia Likens
Los juicios fueron una sucesión de testimonios autoinculpatorios. Todos los adolescentes y niños aceptaron su culpabilidad y detallaron ante el horrorizado jurado los castigos a que habían
sometido a la pequeña. Solamente Gertrude intentó zafarse de todo y lanzar la culpa sobre sus hijos y sobre los demás chicos. Declaró que ella no había sabido nada de lo que ocurría en su sótano,
pero todos los demás dieron la misma versión: ella alentaba la tortura y participaba en ella. Jenny, la hermana de Sylvia, declaró lo mismo.
Los titulares sobre el caso
Paula Baniszewski fue hallada culpable de asesinato en segundo grado y sentenciada a cadena perpetua. Obtuvo su libertad condicional el 23 de febrero de 1973, luego de servir siete años en
prisión.
Paula, la hija de Gertrude
Coy Hubbard y Richard Hobbs fueron hallados culpables de homicidio impremeditado y fueron sentenciados a 21 años en la cárcel en el Reformatorio del Estado de Indiana. Todos obtuvieron libertad
condicional. John Baniszewski, pese a tener diez años de edad, fue sentenciado a cumplir 21 años de cárcel; fue el preso más joven en la historia de ese estado.
Gertrude y su hijo John durante el juicio
Gertude Baniszewski fue hallada culpable de asesinato en primer grado y sentenciada a cadena perpetua. Se le recluyó en la Prisión de Mujeres de Indiana. Obtuvo su libertad condicional el 4 de
diciembre de 1985, luego de estar veinte años en prisión.
Richard Hobbs durante el juicio
Poco antes de morir en 2000, Gertrude Baniszewski aceptó finalmente su culpabilidad, responsabilizando a sus problemas personales y a una serie de medicamentos que ingería, por sus actos
criminales. El caso de Sylvia Likens sirvió para realizar las películas La chica de al lado y El encierro.
Monumento en memoria de Sylvia Likens