“Para comer carne hay que sacarse la humanidad de encima…”
Benjamin Zephaniah
Friedrich “Fritz” Hartmann nació en 1879, en Alemania. Fue siempre consentido y sobreprotegido por su madre, por lo cual desarrolló un carácter dominado por los caprichos. Impulsivo, Hartmann se
enseñó desde pequeño a obtener, por las buenas o por las malas, todo lo que deseaba. Desarrolló además un amor enfermizo hacia su madre. Como declararía años después ante la policía, fantaseaba
sexualmente con ella. Pero además, desde temprana edad demostró inclinaciones homosexuales. Su madre, en su afán de protegerlo, le daba juguetes con los cuáles no pudiera desarrollar “instintos
agresivos”. Habitualmente jugaba con muñecas y esta actitud enfurecía a su padre, quien lo azotaba despiadadamente. A los dieciséis años, su padre lo envió a estudiar al colegio militar. Esto
provocó en el atildado Fritz una ira eterna hacia su padre. Apenas un año después, fue sorprendido teniendo relaciones sexuales con un niño, del cual abusaba constantemente cuando tenía días
francos en el colegio. Fue expulsado y la policía lo capturó; los médicos decidieron que era mentalmente inestable y fue internado en una institución para enfermos mentales. Allí tuvo, según sus
cuidadores, “una conducta ejemplar”, por lo cual salió siete años después, en 1903.
Escudo de Hannover
Fritz Hartmann tenía veinticuatro años y una vida desperdiciada. Imposibilitado de regresar a la casa familiar, se instaló en la ciudad de Hannover. Allí se dedicó a delinquir: robos a casas,
hurtos pequeños y nuevamente, abuso de menores. Fue vuelto a capturar y pasó un tiempo en prisión. La Primera Guerra Mundial cubría toda Europa de trincheras y los hombres morían como moscas. La
escasez era terrible, sobre todo en Alemania.
Billetes circulantes en Alemania tras la Primera Guerra Mundial
Liberado de prisión en 1918, Fritz Hartmann se unió a unos contrabandistas y desarrolló un próspero negocio: venta ilícita de carne. La Gran Guerra había terminado, Alemania estaba devastada tras
su derrota y la carencia de alimentos era un lastre. La devaluación causada por las durísimas condiciones del Tratado de Versalles impuesto por los países ganadores provocaban hambre y un
desempleo que alcanzaba cotas altísimas. El dinero no valía. La miseria y el desempleo habían aumentado considerablemente las tasas de criminalidad.
Hannover después de la Primera Guerra Mundial
Esta situación hizo prosperar el negocio gracias al mercado negro de carne. Fritz Hartmann consiguió ganarse la confianza de la policía trabajando como soplón; amparado por esta protección de las
autoridades, por fin dio rienda suelta a su sed de sangre. No estaba solo en la tarea. Conoció a Hans Grans, un homosexual pedófilo de apenas veinte años que lo secundaba en todas sus
actividades. Entablaron una relación amorosa y Hartmann se enamoró profundamente del joven. Entre ambos comenzaron a unificar el negocio con la realización de sus fantasías.
Hartmann iba a la estación de tren, donde elegía a jóvenes que llegaban a Hannover en busca de trabajo. Casi todos eran inexpertos campesinos o chicos fugados de sus hogares. Hartmann los
seleccionaba por el color de su camisa; si la camisa de un joven le gustaba, Hartmann lo abordaba diciendo que era inspector de policía. Cuando los chicos estaban lo suficientemente asustados,
los tranquilizaba mostrando su comprensión y ofreciéndoles un cigarrillo. Después los invitaba a trabajar para él, a cambio de comida caliente y alojamiento y, por supuesto, de no denunciarlos
ante las autoridades. Una vez que aceptaba, Hartmann los llevaba a su casa, ubicada en la calle Rote Reilhe número 4. Les daba de comer y beber, drogándolos. Cuando estaban ya atontados o
dormidos, Hartmann los golpeaba, los desnudaba, los violaba y después les destrozaba la carótida a mordidas. Bebía su sangre mientras brotaba de la herida. Si seguían vivos mucho rato, los
remataba ahorcándolos con una soga.
Entonces llamaba a su amigo Hans Grans. Entre ambos desmembraban los cuerpos, los evisceraban, les quitaban los huesos y limpiaban la carne. Dejaban los huesos mondos metidos en sacos, repartidos
por toda la ciudad. Las cabezas las enterraban en la parte trasera de la casa. La ropa era ofrecida muy barata en el mercado. La carne era vendida en el mercado, diciendo que se trataba de carne
de cerdo. Con las vísceras fabricaban salchichón, salchichas y morcillas. La gente se amontonaba para comprarla, pues era “de muy buena calidad” y además muy barata. El negocio
prosperaba y la gente iba incluso de poblaciones cercanas a comprar su mercancía. Sus clientes le pusieron un sobrenombre que, sin saberlo, definía siniestramente su personalidad criminal: “El
Carnicero de Hannover”.
La policía hizo una inspección al hogar de Fritz Hartmann debido a una denuncia de los padres de Friedel Rothe, un joven que había sido visto en compañía de Hartmann. Pero los agentes no
encontraron evidencias de nada sospechoso, a pesar de que el lugar estaba lleno de sangre, cuchillos, hachas y sangre coagulada. Sabían que Hartmann se dedicaba a vender carne y por eso
consideraron normal que todo eso estuviera allí. No sabían que la cabeza del joven que buscaban estaba envuelta en papel, escondida detrás de la cocina. En otra ocasión, uno de los clientes de
Hartmann se presentó ante las autoridades porque sospechaba que la carne que había comprado no era de cerdo, sino que tenía “aspecto humano”. Los policías se rieron de él, consideraron
que se trataba de un truco sucio para desprestigiar el pingüe negocio de Hartmann a causa de la envidia, y le advirtieron al cliente que podrían arrestarlo a él. Le indicaron que se marchara
conminándolo a sentirse afortunado “por conseguir carne de tan buena calidad y un excelente salchichón”. Mientras tanto, las desapariciones de jóvenes iban en aumento, pero el caos en
que Alemania vivía tras la guerra y la situación social no hacían sospechar de Hartmann y su socio. Esto a pesar de que los vecinos afirmaban que veían entrar a muchos chicos y no salía
ninguno.
La casa de Fritz Hartmann
En 1924, los rumores sobre la venta de carne humana eran cada vez más persistentes. Presionados por vecinos y clientes, los policías comenzaron a investigar. El 17 de mayo, un niño que jugaba en
el parque Herrenhausen descubrió un cráneo humano. Cuando los policías registraron el lugar, descubrieron varias bolsas que contenían esqueletos mutilados. El lugar era un tiradero de cadáveres.
Los restos sumaban docenas, estaban triturados o aserrados y pertenecían a muchachos de entre catorce y veinticinco años de edad que, según los análisis, habrían muerto entre 1918 y 1924. La
policía encontró otros tiraderos en diferentes sitios de la ciudad e incluso en el río Leine, que fue secado para facilitar el trabajo. De allí se extrajeron, en un sólo día, más de quinientos
huesos humanos pertenecientes a veintidós cuerpos diferentes.
Huesos de las víctimas
El 22 de junio, “El Carnicero de Hannover” fue detenido y su piso registrado. En el lugar los agentes pudieron observar lo mismo que habían encontrado años atrás: manchas de sangre en las
paredes, trozos de carne y huesos triturados. Pero esta vez los analizaron: resultaron ser restos humanos y no de cerdo o res, como alegaba Hartmann. Se encontraron además con pertenencias de los
jóvenes desaparecidos. Ante las evidencias, Fritz Hartmann confesó sus crímenes. Durante horas, relató todos los detalles casi con alegría y orgullo. La policía desenterró la colección de cabezas
podridas del jardín trasero de la casa. Arrestaron también a Hans Grans.
La detención de Fritz Hartmann
El juicio se inició el 14 de diciembre de 1924 en el Tribunal de Hannover, prolongándose por catorce días en los que declararon ciento treinta testigos. El abogado general Wilde le imputó
veinticuatro víctimas que habían podido ser identificadas y le preguntó si había más. Con una sonrisa cínica, Hartmann contestó: “¿Cómo quiere que lo sepa? Usted dice veinticuatro. Pongamos
entonces veinticuatro. Puede que sean más, puede que sean menos”. Durante las audiencias, Hartmann hizo declaraciones sorprendentes: “Mis crímenes no eran solamente para sacar un
beneficio económico con la venta de carne humana, sino que estaba motivado por un momento de frenesí erótico, que me conducía a matar para satisfacer mis irrefrenables deseos”.
Hartmann pidió ser condenado a muerte, a pesar de que su abogado trató de justificar sus acciones como la consecuencia de la infancia traumática que había vivido. De todos modos, los psiquiatras
citados alegaron que el acusado estaba lúcido y consciente de sus actos. Después de trece audiencias se conoció el veredicto: Hans Grans fue condenado a una pena de muerte. Fritz Hartmann, en
cambio, fue condenado a veinticuatro penas de muerte. Poco antes de ser ejecutado, Hartmann se puso muy nervioso. Pidió el auxilio espiritual de un sacerdote. Además escribió una extensa carta
asumiendo la responsabilidad de todas las muertes, en un vano intento por salvar a su cómplice y amante. Gracias a eso, logró que el caso de Hans Graf fuera revisado y a causa de la juventud del
cómplice, la pena de muerte fue conmutada y cambiada por doce años de reclusión.
Fritz Hartmann conducido al cadalso
Fritz Hartmann, “El Carnicero de Hannover” fue guillotinado el 1 de abril de 1926. Su cerebro fue enviado a Goettin para ser estudiado. Su última voluntad fue que en su tumba colocaran un
epitafio: “Aquí yace El Exterminador”. Este deseo no fue cumplido. La azarosa vida de Hartmann inspiró la película Tenderness of the Wolves, rodada en 1974. Y su sobrenombre
sería reutilizado para designar a muchos otros asesinos seriales, aunque su ocupación ya no se relacionara, laboralmente, con cortar carne.