China es un país profundamente místico, y por lo tanto, creyente en mitos y leyendas de fantasmas. Sin embargo, quizás sean también sus creencias filosóficas, o su lucha constante por la armonía tanto física como, sobre todo, espiritual la que los lleve a convivir con esas viejas leyendas de una manera sana y respetuosa.
El séptimo mes lunar es, en China, el más importante para esas creencias populares. Fines de verano significa para los chinos la liberación de los viejos fantasmas, la aparición de los espíritus vengativos que buscan en la Tierra liberarse de una antigua maldición, y tanta es su fé en estas leyendas chinas que se encierran en sus casas a mediamos de ese séptimo mes al caer las noches.
El día 15 de ese séptimo mes lunar es el más temido por todos. No sólo los espíritus benignos se echan a las calles, sino los más malvados. Las almas castigadas se pasean por las calles entre los susurros de la noche dispuestos a vengar su propia muerte; a capturar de entre los vivos a quienes les sustituyan en su fatal purgatorio.
Son estos fantasmas “hambrientos”, generalmente, seres que murieron sin descendencia y que lo hicieron de una forma trágica o que se suicidaron.
Entre ese día y el último del mes las gentes son advertidas para no salir a las calles de noche, y sobre todo, para no pasear junto a los ríos, donde las creencias populares creen que se reúnen todas estas almas perturbadas. Los vivos se conjuran en sus casas, rezan y dejan ofrendas. Inciensos y cuencos con comida pueblan los portales y ventanas de sus casas con el fin de calmar a esos espíritus y evitar que los atrapen.
Nadie sabe quienes son, ni cómo son. Pueden engañarlos haciéndose pasar por mujeres o por hombres, por animales domésticos o salvajes, o simplemente, ser una sombra que se desliza a tu lado con un suave silbido y una brisa que refresca tu cara.
Son muchos los casos que se achacan a estos “fantasmas hambrientos”, y quizás el más famoso de ellos sea el que se conoció como el brote de las “coletas cortadas”.
Las coletas es un símbolo tradicional de los hombres chinos desde que la dinastía Qing, a través de los Manchú, lo instaurara. Hay escritos de un raro suceso acaecido en Taiyuán, donde en el año 1844, muchos hombres que portaban sus coletas, de repente veían cómo éstas caían al suelo. Todo ocurría a la luz del día y nadie sabía encontrar una explicación a qué ocurría. el pánico cundió en aquella población ante el temor de fantasmas que atentaran contra lo más sagrado de la presencia de un chino: su coleta. Y tanto fue así, que durante mucho tiempo, aquellos chinos, no sólo andaban siempre con el temor a vigilar sus espaldas, sino que se peinaron e hicieron la coleta hacia delante en lugar de atrás.
Aquel mismo suceso se repitió 32 años después, en 1876, en Xiamen.
Fenómenos aparentemente absurdos para nuestras creencias occidentales, pero a fin de cuentas, temerosas y muy respetadas por los chinos.
Todos los miedos acaban el último día del séptimo mes lunar. Ese día, incluso hoy es más normal de ver de lo que podríamos creer, China vuelve a llenar sus calles por las noches. Se recitan oraciones de agradecimiento, e incluso en una celebración litúrgica tradicional, un sacerdote agita la llamada “espada de las siete estrellas” con la que se anuncian a los malvados espíritus que su tiempo en la Tierra ha pasado y que deben volver al más allá.
China respira entonces tranquila… hasta el año siguiente.