En este, como en tantos otros temas, es temerario generalizar. Cada ser humano tiene su destino particular que es como una cuerda hecha con muchísimos hilos de diferentes colores, resistencias,
longitudes y ciclos de vida.
Influyen asimismo las decisiones que cada uno toma ante todas las oportunidades y también factores misteriosos que están por encima de todos los «horóscopos», circunstancias y educación. En todas
las Religiones Mistéricas de la Antigüedad, desde la Sumeria a la Etrusca, ese «factor X» -que así lo han llamado diferentes pensadores del siglo XX- no es mensurable ni previsible... Sabemos que
existe por sus efectos evidentes, pero no sabemos lo que es.
Según Homero y Virgilio, esta Voluntad Ultérrima estaba por encima, no sólo de los hombres, sino también de los Dioses y de todo aquello que podamos concebir... el mundo de lo inteligible, por
paradoja, tiene raíz irracional... o pararracional, que en la práctica es lo mismo.
Pero para facilitar ciertas comprensiones, el esoterismo diferencia los años que un hombre puede vivir en ciclos de siete.
Hasta los 7 años: Existe un descenso paulatino de los Principios espirituales, mentales y psicológicos en general. Existe una especie de «Angel de la Guarda» que vigila la entrada del Alma en la
encarnación y «suaviza» sus choques con el mundo en el que le toca vivir. Padres, familia y educadores tienen gran importancia. El niño es, salvo excepciones, un ser plástico que responde a los
acicates del castigo y la recompensa; necesita autoridad y control permanente que le permitan un aprendizaje instrumental. Si nace en familia cristiana, será cristiano y si en judía, judío, etc.
Su contacto con el medio social es una «vacuna» que le permitirá sobrevivir a futuros embates. Necesita cariño, que no es debilidad ni gazmoñería.
Hasta los 14 años: Habiendo sobrevivido a la niñez, entra en una etapa «gozne» y, a través de la fantasía y de la imaginación, se introduce el ser humano en el mundo de los adultos que no acepta
ni rechaza totalmente. Está probando. Necesita que le dejen, controladamente, acertar y equivocarse. Su propio Espíritu empieza a manifestarse y crea la imágenes de aparentes rebeldías.
Hasta los 21 años: Pasada la etapa anterior, el Espíritu se manifiesta más fuertemente y se perfila la personalidad y las posibilidades definitivas. Se entra en la plenitud... inmadura. Los roles
sexuales se afirman.
Hasta los 28 años: El Espíritu se ha manifestado y el camino para toda la vida se hace evidente. Todo toma formas concretas y se tiende a imponer la propia naturaleza en todos los órdenes.
Hasta los 35 años: Se llega a todas las formas definitivas y la espiritualidad vence o fracasa; ya no habrá cambios de fondo al respecto. Se camina por sendas elegidas y lo que puede variar ahora
es la velocidad, aparte de pequeños desplazamientos de los focos de interés y centros de invento. Aunque pueda no parecerlo, la posibilidad de cambios ha quedado atrás y tan sólo se pueden
afirmar o debilitar los elementos de la personalidad según la fuerza del Espíritu. Se está en la mitad de la esperanza de vida, en la cumbre de la montaña de esta vida y se empiezan a percibir
más claramente paisajes y fuerzas, lo que provoca acción y curiosidad. Los elementos ya existentes se combinan y recombinan en una «segunda juventud».
Hasta los 42 años: Los efectos de la que llamamos «segunda juventud» se hacen perceptibles y se instrumentalizan. Son necesarios logros, conquistas, adquisiciones. Al final del ciclo se empieza a
bajar «la montaña biológica» y aparecen conflictos entre el Espíritu, el Alma y la Personalidad. Aquí se definen los valerosos y los cobardes. El desafío de la vida se plantea y replantea.
Hasta los 49 años: Un sentimiento que permaneció casi en latencia se manifiesta: el apuro por plasmar cosas, y éstas serán según la naturaleza de cada uno y su grado de espiritualidad o
materialismo. La experiencia individual se ha decantado e influencia fuertemente en los actos, sentimientos e ideas. El cuerpo, por su parte, presenta las características propias de la perdida
juventud. Esto no siempre es aceptado y ello hace que esta edad sea especialmente peligrosa para el equilibrio fisiológico y mental.
Hasta los 56 años: Se inicia una doble fuga psicológica hacia atrás y hacia adelante. Se recuerdan los «buenos tiempos» y se proyecta con fuerza para el futuro. El presente se evidencia efímero y
débil. Hace falta afianzarlo para cogerse fuertemente a algo. Las posiciones se radicalizan y maduran. Si se ha tomado el camino espiritual, se entra en un período muy fructífero y si no, en un
simulacro de nuevas creaciones... que son las mismas de antes, pero mucho más definidas, sólidas... y estáticas.
Hasta los 63 años: El «ocaso» de la vida se hace evidente y todos, de una manera u otra tratan de dejar «cosas hechas» que otorguen seguridad colectiva e individual. Depende de la cultura,
carácter y espiritualidad, el grado en que la radicalización de las creencias se plasme en obras realmente útiles. La convivencia se torna cada vez más difícil y se la rechaza a la vez que se la
necesita, a veces de manera traumática.
Hasta los 70 años: Según se hayan ejercitado, algunos principios espirituales se retiran o se afirman. Es el final, el «broche» que puede ser de oro o de hierro. El cuerpo entra en deterioro que
pone a prueba la templanza. La idea de la muerte, en sus diversas acepciones, se hace constante. Para algunos, ésta es un último incentivo y para otros la puerta de la desesperación, de la
resignación, de la rebeldía (ahora sí auténtica) lo que puede provocar un enfrentamiento consigo mismo y con el entorno físico, psíquico, mental o espiritual.
Si se sobrepasa esta edad, todo pronóstico se hace aventurado, pues los ancianos pueden convertirse en rocas sólidas de maravillosos ejemplos... o en empecinados enemigos de todos y de todo. Por
lo general se experimenta una gran soledad, dorada u opaca. La mayor parte no entienden a los más jóvenes y se enfrentan con ellos, envidiando de alguna manera su juventud. Ahora, todo dependerá
de la vida que se ha dejado atrás. Leyes de la Naturaleza, absolutistas y dogmáticas, hacen cosechar apresuradamente lo que se ha plantado de forma inexorable.
Si el fin sobreviene por una enfermedad especialmente larga, suelen reaparecer características netamente infantiles. Si no, o si la fuerza espiritual es muy grande, el Espíritu dará sus más
bellos esplendores como despedida final, penetrando de nuevo en una realidad íntima y misteriosa, como la de los niños pequeños. Aun estando en este mundo ya no se vive en él.
Intencionalmente, hemos evitado los análisis psico-físicos a la moda y la terminología de nuestro tiempo. No creemos en el psicoanálisis mientras no se reencuentren las claves de una
psicosíntesis reconstituyente, optimista y veraz.
Por otra parte, todo lo anterior, si bien obedece en líneas generales a la marcha del tiempo en la vida del Hombre -englobando ambos sexos para abreviar-, insistimos en que es muy esquemático
pues no se puede masificar y cada ser humano es un mundo, un misterio, una realidad propia e irrepetible, absolutamente singular.
Esto no descarta la reencarnación, pero confirma que si la cadena es una, sus eslabones son innúmeros, diferentes y que la asociación de los mismos no quita la flexibilidad del conjunto; por eso
lo comparamos a una cadena y no a una barra rígida. Espacio y tiempo son coordenadas que se entrelazan pero que no se funden entre sí, pues aunque tienen un Ser idéntico, son a la vez un existir
maravillosamente diferente, enfrentado y complementario.
Pero tales son las Viejas Enseñanzas que, bien meditadas, pueden ser útiles a aquellos que, siendo filósofos, buscan conocerse en profundidad.