“Y aquel fantasma negro, que miraba temblando
yo antes, blandamente se fue transfigurando...
En la pálida faz del espectro, indecisa
como un albor naciente, brotaba una sonrisa;
brotaba una sonrisa tan cordial, de tal suerte
hospitalaria, que me pareció la Muerte
más madre que las madres; su boca, ayer horrible,
más que todas las bocas de hembra apetecible;
sus brazos, más seguros que todos los regazos...
¡Y acabé por echarme, como un niño, en sus brazos!”
Amado Nervo
Inés de Castro nació en Galicia, España, en 1325. Fue una noble gallega, hija de Pedro Fernández de Castro "El de la guerra", primer señor jurisdiccional de Monforte de Lemos y de
Aldonza Lorenzo de Valladares. Fue hermana de Fernán Ruiz de Castro (Tercer Conde de Lemos) y de Juana de Castro "La Desamada". En la vida de Inés de Castro hay dos partes muy
distintas: la leyenda, que ha transmitido su nombre a todos los pueblos, y la historia real, que muchas investigaciones no han podido aún dilucidar por completo. Su padre era
nieto del rey Sancho IV “El Bravo” y pertenecía a una de las familias más antiguas e ilustres de Galicia. Inés era hija natural. Nada se sabe sobre sus primeros años; se supone
que debió ser educada en la capital de Galicia, en el palacio de don Juan Manuel (autor de la obra literaria
El conde Lucanor).
Don Juan Manuel, autor de El conde Lucanor y padre de Constanza
Inés de Castro vivió con Constanza Manuel, hija del duque y prima suya. Constanza se había negado varias veces a contraer matrimonio, hasta que decidió casarse con Pedro, infante
de Portugal y posteriormente rey. Constanza nombró a Inés su Primera Dama, para que pudiera acompañarla. Las dos jóvenes abandonaron la corte de Peñafiel en 1340, e Inés residió
en Lisboa o Coimbra en su calidad de dama parente. En el momento de su llegada a la corte de Alfonso IV, se encendió una gran pasión en Pedro, el heredero al trono y quien
supuestamente tenía que casarse con Constanza. Inés de Castro, amada apasionadamente por Pedro, se dio cuenta de que ella también estaba enamorada del joven heredero. Pero, tras
casarse este con su prima Constanza, decidió por un tiempo mantenerse al margen; al principio, Pedro de Portugal se entregó a sus deberes sexuales con su esposa, hasta que el
deseo fue más fuerte. En sus
Diarios, Inés de Castro confiesa:
“Lentamente acercó sus labios a mi blanca piel y me desvistió. Como amantes, nos olvidamos de todo: de Constanza, del rey, de los criados que caminaban silenciosos. Jamás
existió músico alguno capaz de componer melodía tan dulce, tan perfecta”.
Inés de Castro: la amante del príncipe
Lo cierto es que los amores de Inés y de Pedro desataron los celos de Constanza, quien finalmente quedó embarazada. La relación con su prima fue enfriándose, pues su esposo
prefería la compañía de su amante que la de su esposa. Constanza dio a luz a tres hijos: el primero murió a los pocos días de nacer; el segundo viviría y llevó el nombre de
Fernando; en su tercer parto, Constanza dio a luz a una niña; sin embargo, murió a consecuencia del parto el 13 de noviembre de 1345.
Constanza Manuel
Pedro de Portugal lloró a su esposa; guardó el luto requerido y después se dedicó a amar a Inés de Castro. No consideraban prudente que la desposara, pero ella era, de facto, la
esposa del príncipe. A partir de esta época los lazos que se habían formado entre Inés y Pedro tomaron un carácter muy distinto del que habían tenido durante la vida de Constanza.
Inés y Pedro tuvieron varios hijos: Alfonso, Beatriz, Juan y Dionisio.
Nueve años después de la muerte de Constanza, Pedro se casó por fin con la que había sido durante tanto tiempo su amante, santificando su unión ante el obispo de Guarda y de
algunos servidores; pero si la unión fue bendecida, ningún documento pudo presentarse que lo probara; nada especificó los derechos que adquirían la nueva esposa y sus hijos, y
ninguno de los testigos del matrimonio, ni el mismo príncipe, cuando llegó a ocupar el trono, pudieron asignar una fecha precisa a aquel matrimonio clandestino que debía dar una
reina a Portugal.
Pedro de Portugal
En 1355, el rey Alfonso IV “El Bravo”, padre de Pedro, había trasladado su corte a Montemor-o-Velho. Varios personajes influyentes, enemigos de la familia De Castro, persuadieron
al rey de que era preciso disminuir las pretensiones de aquella casa poderosa que se hacía temer tanto en Castilla como en Portugal. El rey prestó oídos a los conspiradores,
quienes le dijeron que el medio más seguro era asesinar a Inés, quien terminaría por subir al trono de Portugal. Los principales instigadores de este atentado fueron tres hombres:
Alonso Gonçálvez, Pedro Coelho y Diego López Pacheco. Dudó el rey Alfonso, pues sabía que eso pondría en peligro a su nieto, el hijo de la difunta Constanza, y además consideraba
cruel matar a una mujer inocente, que además era su nuera, y a quien su hijo adoraba.
El rey Alfonso IV
El 7 de enero de 1355, el rey aprovechó que su hijo Pedro había organizado una cacería, y se dirigió secretamente al Monasterio de Santa Clara, próximo a la Quinta das lágrimas,
en Coimbra. Cuando Inés supo de la llegada del rey y sus intenciones, se rodeó de sus hijos y salió a esperar al monarca, a quien supo conmover con lágrimas y súplicas. El rey
decidió marcharse, cuando varios caballeros que iban con él para presenciar la muerte de Inés, entre ellos Gonzálvez, Coelho y López Pacheco, le suplicaron que los enviase a
matarla. Presionado, el rey accedió.
El Monasterio de Santa Clara
Los hombres regresaron al convento, entraron donde estaba Inés y empezaron a apuñalarla delante de sus hijos. Como no moría, la arrastraron del cabello hasta los jardines del
convento. Siguieron apuñalándola; Inés gritaba de dolor y luchaba por su vida. Sus hijos seguían observando la escena. Exhaustos, los hombres comenzaron a cortarle el cuello con
sus cuchillos. Inés seguía debatiéndose y con cada grito y cada respiración, brotaba un chorro de sangre de su garganta. Entre los tres usaron sus armas hasta casi cercenar la
cabeza de Inés. Bañados en sangre, montaron sus caballos y se marcharon.
El asesinato de Inés de Castro
Cuando Pedro regresó, se encontró con la terrible noticia: sus hijos estaban encerrados en una habitación y el cadáver de su esposa, destrozado, yacía en uno de los salones. Pedro
de Portugal enloqueció de dolor. Juró ante el cuerpo vengarse de quienes habían realizado aquella acción. Con el cuerpo de su mujer en un cajón, regresó a su castillo.
El asesinato de Inés de Castro desató la guerra fratricida; Pedro de Portugal reunió a su ejército y partió a luchar contra su propio padre. El rey Alfonso se arrepintió de lo que
había hecho, pero se vio en la necesidad de enfrentarse a su hijo. La lucha fue cruenta y las batallas muchas. Cientos de soldados de ambos bandos murieron en una guerra que
desoló Portugal. Entre el Río Duero y el Río Miño, toda la zona quedó devastada a causa de los incendios y el saqueo. Alfonso IV buscó la reconciliación; un tiempo pareció que eso
ocurriría, pero en su hijo pesó más el odio por la muerte de su amada, y la guerra continuó. Agobiado por el peso del odio de su hijo, Alfonso IV murió en Lisboa en 1357.
El castillo
Pedro ascendió entonces al trono de Portugal. Había combatido y derrotado a su padre y ahora tenía el poder en las manos. Lo primero que hizo fue buscar y capturar a los asesinos
de Inés; uno de ellos consiguió escapar. Los otros dos fueron capturados. Pedro de Portugal ordenó que a ambos se les torturara durante días en las mazmorras del Castillo. Una vez
que sus cuerpos estaban rotos y sangrantes, Pedro Coelho y Diego López Pacheco fueron llevados a la plaza pública, donde expiaron de un modo terrible su crimen: al primero le fue
arrancado el corazón por el pecho, y al segundo por la espalda. Una vez arrancado el corazón, cada uno tuvo aún unos segundos de vida para ver cómo, frente a ellos, el rey tomaba
sus corazones y les propinaba un profundo mordisco. Luego, sus cuerpos fueron colgados hasta que se pudrieron. Esto le valió el sobrenombre con el que sería conocido: Pedro I “El
Cruel”.
Enloquecido por el dolor, la guerra y la venganza, Pedro de Portugal ordenó exhumar el cadáver de Inés. Apenas mirarla, se inclinó sobre el ataúd abierto y beso los labios
descarnados; años después, este hecho sería retomado por Charles Perrault para escribir la historia de la Bella Durmiente del Bosque. Pero la realidad no tenía nada de hermoso: en
un acto enfermizo, dio instrucciones de que vistieran el cadáver putrefacto con la ropa de gala que se utilizaba en la coronación real; esto incluía las costosas joyas de la
corona. Pedro entonces la sentó en el trono de la reina, ubicado junto al suyo, y organizó una ceremonia donde la hizo coronar ante todos sus súbditos, que no daban crédito a lo
que veían. El cuerpo podrido de Inés de Castro vestía de gala y el rey incluso se permitió el detalle de besar en los labios al cadáver.
Debido a que el hedor era insoportable, rodeó el cuerpo de Inés con numerosas vasijas llenas de incienso y perfumes exóticos. Por pudor, el rostro de la reina fue cubierto con un
velo negro, pero esta tela no alcanzaba a ocultar las cuencas vacías, ni el rostro deforme y podrido del cadáver. Después obligó a los cortesanos a que le rindieran pleitesía a la
muerta; todos tenían que darle los honores debidos a una reina, entre ellos besar su mano. El cadáver permaneció allí por años, ante la mirada horrorizada y asqueada de sus hijos
y súbditos.
Inés de Castro, “La Reina Muerta”, en su trono (click en la imagen para ampliar)
Tras morir, Pedro de Portugal fue enterrado con los honores de un rey. Suntuosos fueron también los nuevos funerales que se hicieron a Inés; su cuerpo fue depositado en Alcobaça
en una tumba de mármol blanco, con una efigie coronada que Pedro había hecho preparar de antemano, y cerca de la cual hizo erigir su propia sepultura. El rey dispuso antes de
morir que los catafalcos se tocaran los pies: quería que el día de la resurrección, al levantarse, su primera imagen a contemplar fuera la de Inés.
La tumba de Inés de Castro
La descendencia de Inés no ascendió directamente al trono, pero contrajo alianzas con todas las familias reinantes en Europa, en especial su hija Beatriz. De esta se desprendió
una gran descendencia materno-lineal, con soberanos que posteriormente serían famosos, entre ellos Maximiliano de Habsburgo. Inés de Castro y su trágica historia fueron motivo de
inspiración para numerosos artistas, comenzando por Camoens, que narró su muerte en
Os Lusíadas.
Otras obras basadas en su vida son
Doña Inés de Castro, Reina de Portugal, de Juan Mejía de la Cerda;
Reinar después de morir, de Luis Vélez de Guevara y
Corona de amor y muerte, de Alejandro Casona; y la novela
Inés de Castro de la escritora española María Pilar Queralt del Hierro. El compositor uruguayo Tomás
Giribaldi escribió en 1905 una ópera basada en la trágica leyenda llamada
Inés de Castro. Hasta la fecha, las tumbas de Inés y Pedro pueden visitarse en Portugal.