La leyenda de Juana: el Papa que resultó ser mujer


Durante años, en el Vaticano existieron dos sillas de mármol en las que los Papas eran coronados. Estas sillas tenían agujeros en los asientos. Según la tradición, gracias a esos hoyos se podía comprobar el sexo del Papa.
¿Por qué era necesaria esta comprobación? Según algunos, esto se debe a una mujer cuyo nombre fue borrado de la historia, una mujer que ocupó un lugar reservado para hombres: la Papisa Juana.
En el año 1280, un hombre llamado Martín de Opava escribió acerca de una mujer, llamada Juana, que nació en el año 822 y era hija de un monje, se disfrazó de hombre para poder estudiar y también seguir a un joven del que se había enamorado. Juana se cambió el nombre a Johannes Anglicus ó Juan el Inglés, y viajó de monasterio en monasterio aprendiendo y conociendo a grandes personalidades. Juana llegó a Roma y obtuvo un puesto en el Vaticano. Allí conoció al papa León IV y se convirtió en su secretaria. Finalmente en Julio del 855, Juana se convirtió en papa: su nombre Juan VIII. Dos años después, ella se embarazó y dio a luz en público, en una calle romana.
La multitud la encadenó a un caballo que la arrastró hasta su muerte. Ahora se dice que los Papas no cruzan nunca por esa calle para no recordar el hecho.
La leyenda de la Papisa Juana se desarrolló durante la edad media y se extendió rápidamente. Incluso, la misma Iglesia la dio por cierta durante mucho tiempo. En el siglo XVI empezaron a surgir los primeros escritos que desechan la historia de Juana y en 1601 el Papa Clemente VIII declaró que la leyenda era falsa. En ese momento, el busto de Juana en Siena fue destruido.
La mayoría de los investigadores dicen que la Papisa Juana no es más que una leyenda y que no existe evidencia para probar lo contrario. El origen, dice, pudo estar en los grupos que se oponían al Papa, como una especie de parodia o una burla del verdadero Juan VIII que se decía, era débil de carácter.
Algunas personas creen que cuando el Papa Clemente prohibió la leyenda, hizo destruir todos los manuscritos que mencionaban a Juana y que la tarea fue sencilla ya que durante su reinado no se conservaban suficientes pruebas escritas de su existencia. Sin embargo, algunas sobrevivieron.
El historiador alemán Frederick Spanheim, por ejemplo, afirmó haber encontrado más de 500 manuscritos que hablaban de ella. Pero para los creyentes, la prueba más importante de la existencia de Juana es el juicio contra Jan Hus, condenado por herejía en 1413. Jan decía que los papas no eran infalibles y citó muchos ejemplos de comportamientos pecadores de algunos malos Papas. Los jueces, todos ellos miembros de la iglesia, negaron cada una de las afirmaciones de Hus excepto una: la de la existencia de Juana, la Papisa.
Para la Iglesia Católica, la Papisa Juana es simplemente una leyenda medieval. Para otros, es uno de los secretos mejor guardados de la historia. Y para algunos, fue hasta una santa, intercesora de milagros, que en lugar de ser apedreada, murió plácidamente en un monasterio, con tiempo suficiente para ver que su hijo, aquel nacido en las calles, se convirtiera en Obispo.

PRUEBAS DE SU CARÁCTER MÍTICO.

Las pruebas principales del carácter enteramente mítico de la papisa son:

  1. Ninguna fuente histórica contemporánea entre las historias de los papas tiene conocimiento de ella; tampoco se hace mención de ella hasta la mitad del siglo XIII. Resulta increíble que la aparición de una "papisa", si hubiera sido un hecho histórico, no hubiera sido notada por ninguno de los numerosos historiadores de entre los siglos X y XIII.
  2. En la historia de los papas no hay lugar en donde encaje esta figura legendaria. Entre León IV y Benedicto III, donde Martinus Polonus la coloca, no es posible insertarla porque León IV falleció el 17 de julio del año 855 e inmediatamente después de su muerte Benedicto III fue elegido por el clero y por el pueblo de Roma; solo que a causa del advenimiento de un antipapa en la persona del cardenal depuesto Anastasius, Benedicto III fue consagrado hasta el 29 de septiembre. Existen monedas con las imágenes de Benedicto III y del emperador Lotario I, quien murió el 28 de septiembre del año 855; por lo tanto, Benedicto III debió haber sido reconocido como Papa antes de esta fecha; el 7 de octubre del año 855, Benedicto III emitió una carta para el monasterio de Corbie. Hinemar, arzobispo de Reims, informó a Nicolás I de que un mensajero que había enviado a León IV se enteró de la muerte de este Papa y por lo tanto dirigió su petición a Benedicto III, quien la resolvió (Hinemar, ep. xl in P.L., CXXXVI, 85). Todas esos testigos prueban que las fechas dadas en las vidas de León IV y Benedicto III eran correctas y que no hubo interrupción de la línea de sucesión entre estos dos papas, de modo que en este lugar no hay espacio para la supuesta papisa.
  3. Más adelante es aún menos probable que una papisa pudiera insertarse en la lista de papas cercanos al año 1100, entre Víctor III (1087) y Urbano II (1088-1099) o Pascual II (1099-1110) como se sugiere en la crónica de Jean de Mailly.

ORIGEN DE LA LEYENDA

Esta leyenda de una papisa romana parece haber tenido una contraparte previa en Constantinopla. En efecto, en su carta a Miguel Caerularius (1053), León IX dice que él no creería lo que había oído, refiriéndose a que la Iglesia de Constantinopla ya había visto eunucos, de hecho una mujer, en su silla episcopal (Mansi "Concil.", XIX, 635 sq.).

Respecto al origen en sí de la leyenda de la Papisa Juana, se han establecido diferentes hipótesis.

Bellarmine (De Romano Pontifice, III, 24) cree que la historia fue llevada desde Constantinopla a Roma.

Baronius (Annales ad a., 879, n. 5) conjetura que la muy criticada debilidad afeminada del Papa Juan VIII (872-882) en su trato con los griegos pudo dar lugar a la historia. Mai ha mostrado (Nova Collectio Patr., I, Proleg., xlvii) que Proteo de Constantinopla (De Spir. Sanct. Myst., lxxxix) en tres ocasiones se refiere enfáticamente a este Papa como "el viril", como quitándole el estigma de afeminado.

Otros historiadores apuntan a la degradación del papado en el siglo X, cuando además tantos papas llevaron el nombre de Juan; parecía por lo tanto un nombre ideal para la legendaria papisa.. De este modo Aventinus ve en la historia una sátira a Juan IX; Blondel, una sátira a Juan XI; Panvinio (notae ad Platinam, De vitis Rom. Pont.) la aplica a Juan XII, mientras que Leander (Kirkengesch., II, 200) la entiende como aplicable en general a la venenosa influencia femenina que durante el siglo X hubo sobre el papado.

Otros investigadores se esforzaron por encontrar en varios acontecimientos y reportes una base definitiva para el origen de la leyenda. Leo Allantius (Diss. Fab. de Joanna Papissa) la relacionó con la falsa profetisa Theota, condenada en el Sínodo de Mainz (847); Leibniz revivió la historia de un supuesto obispo Johannes Anglicus que llegó a Roma y ahí fue reconocido como mujer. La leyenda también fue relacionada con los Pseudodecretos Isidorianos, por estudiosos como Karl Blascus ("Diatribe de Joanna Papissa", Naples, 1779) y Gfrörer (Kirchengesch., iii, 978).

La explicación de Döllinger ha encontrado en general mayor aprobación ("Papstfabeln", Munich, 1863, 7-45). Él reconoce que la leyenda de la Papisa Juana es un vestigio de alguna tradición del folklore romano ligada originalmente con ciertos monumentos antiguos y costumbres peculiares. Una antigua estatua descubierta en tiempos de Sixto V en una calle cercana al Coliseo, la cuál muestra una figura con un niño, fue considerada por el pueblo como la representación de la papisa. En la misma calle fue descubierto un monumento con una inscripción, al final de la cuál aparece la bien conocida fórmula P.P.P. (proprie pecuniâ posuit) junto con un nombre con prefijo que dice: Pap. (?Papirius) pater patrum. Esto pudo fácilmente haber dado origen a la inscripción mencionada por Jean de Mailly (ver arriba). También se observaba que el papa en procesión solemne no transitaba por esta calle (quizás porque era muy angosta). Más adelante se destacó con ocasión de la inauguración formal de la Basílica de Letrán que el recién electo Papa siempre estuvo sentado en una silla de mármol. Esta silla era un antiguo mueble de baño de los que había tantos en Roma.; el Papa la usó realmente para descansar. Pero la imaginación popular llevó a pensar que así se probaba el sexo del Papa, con el fin de evitar que, de ahí en adelante, una mujer alcanzara el Trono de San Pedro.

Explicaciones equivocadas – como las que con frecuencia fueron inventadas en la Edad Media ligadas con monumentos antiguos – y la imaginación popular fueron las originalmente responsables del mito de "La Papisa Juana" que cronistas acríticos, desde mediados del siglo XIII, dignificaron al consignarlo en sus páginas.