Este fin de semana conocíamos una noticia que pone los pelos de punta: entre 1946 y 1948 científicos estadounidenses inocularon varias enfermedades venéreas, básicamente sífilis y gonorrea, a pacientes y reclusos en psiquiátricos y cárceles de Guatemala.
Se trataba, al parecer, de estudiar la eficacia de la penicilina. La propia Casa Blanca ha reconocido los hechos y ha tenido que pedir perdón. La noticia es tremenda
pero, a decir verdad, llueve sobre mojado.
Al final, uno tiene difícil el no escorarse hacia las teorías de la conspiración.
Y es que hay un detalle que resulta demoledor. Nos enteramos de barbaridades como la acaecida en Guatemala no por un imperativo de transparencia de los gobiernos, sino por algún fallo en los mecanismos de control de los archivos y las informaciones. Así las cosas: ¿cuánta basura ha sido borrada para siempre de las bases de datos, cuánta miseria humana queda todavía por conocer?
Sin duda, EEUU está entre los primeros puestos del libro negro de los experimentos con humanos. Por supuesto, no es el único. Aquí valdría la conocida exhotación neotestamentaria de que “quien esté libre de pecado que tire la primera piedra”. Pero también es cierto que, a mayor poder, mayor irresponsabilidad.
Y así, el imperio americano tuvo incluso la osadía de experimentar con ciudadanos americanos. Dejaremos, sin embargo, tal relato para otra ocasión. En lo que nos queda de artículo vamos a recordar uno de los casos más espectaculares, actualizado en fechas recientes gracias a un documental de la BBC. Sucedió en la localidad francesa de Pont-Saint-Esprit y detrás estaba, cómo no, la CIA.
Agosto de 1951. El calor aprieta en Pont-Saint-Esprit, al sur de Francia. De repente, el día 16, se desata la locura. El cartero reparte la correspondencia cuando empieza a sufrir convulsiones y alucinaciones. No es el único: en pocas horas se desata una ola de histeria y delirio que parece anunciar el fin del mundo.
Se contaron por centenares los habitantes del pueblo que vieron las figuras más absurdas: brazos convertidos en serpientes, caras demoníacas naciendo entre las entrañas de los propios cuerpos, tigres de fuego surgidos de la nada…Otros tenían la sensación de que su cabeza era de plomo fundido y hasta hubo quien saltó por la ventana pensando que se había convertido en un avión.
Hubo varios muertos, casi todos por suicidio que podríamos llamar involuntario (como el del hombre-avión) y alguno a causa de paradas respiratorias. A finales de mes, sin embargo, la calma volvió a Pont-Saint-Esprit: el brote paranoico había cesado.
¿Pero qué ocurrió? Al principio se habló del misterio del pan maldito y se dijo que el responsable fue un pan de centeno con un hongo alucinógeno: el cornezuelo del centeno. Sin embargo, cerca de Pont-Saint-Esprit había una base militar americana. Y un dato esclarecedor: Frank Olson estuvo en la zona en 1951.
(Frank Olson fue uno de los investigadores claves en asuntos relacionados con nuevas drogas (en especial LSD) en las primeras décadas de la CIA. Su nombre está detrás de numerosos casos y, todo sea dicho, su propia muerte está envuelta en las brumas de la conspiración).
Por lo tanto: ¿experimentó la CIA con población civil los efectos de un droga tan potente como el LSD (o derivados)? Parece que sí. Ya sólo falta demostrar que Woodstock fue una idea del FBI y el círculo quedará cerrado. Qué astutos son los servicios de inteligencia y las agencias de seguridad, dios mío. Fueron ellos quienes pusieron de moda las drogas sintéticas y los festivales…