El mito del unicornio

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La primera referencia sobre el fantástico unicornio data del año 400 antes de Cristo. En la corte del rey Artajerjes II, el médico e historiador heleno Ctesías habló de una bestia que pastaba en el reino de Indostán y la describió como “Un asno salvaje, del mismo tamaño de un caballo y poseedor de un solo cuerno”. Dijo que ese único cuerno era agudo y se ubica en la frente, contó que la base era de color blanco, que la punta era roja y totalmente negro en el centro.
Afirmó que el animal tenía cabeza purpúrea, ojos azules y pelaje blanco. Desde entonces el mito fuer creciendo. Aristóteles también nombra en dos oportunidades a esta bestia mítica. En un caso, habló de cierto animal de un solo cuerno, el Orix; en el otro, del asno de la India.
A principios de nuestra era, el historiador romano Plinio el Viejo, ensayó una descripción similar a la de su colega griego; en su Naturalis Historia escribió: “Dan casa en la India a otra fiera: EL unicornio, semejante por el cuerpo al caballo, por la cabeza al ciervo, por la s patas al elefante, por su cola al jabalí. Su mugido es grave; un largo y negro cuerno se eleva en medio de su frente. Se niega que pueda ser apresado vivo”.
Con el paso del tiempo se fueron incrementando las características de este animal que en leyendas, tapices, en relatos y en canciones ha perdurado hasta nuestros días. Los escritores cristianos enriquecieron la información brindada por los sabios griegos y romanos. San Gregorio y San Isidro fueron los primeros en señalar que el unicornio moría de tristeza si se lo tenían en cautiverio; los santos también se refirieron a su alta peligrosidad: era tal vez el animal más feroz de todos los conocidos paralelamente, sentía una atracción hacía las palomas; hasta el extremo de reposar al pie de los árboles en que estas anidaban.
Su principal enemigo era el elefante, dato ofrecido por Plinio quien habló largamente sobre el odio que sentía el unicornio por los paquidermos. Cuando se enfrentaban en combate, el unicornio lo embestía con su cuerno, de las heridas el elefante no se recuperaba jamás.
Pese a esta violencia, el unicornio siempre fue considerado un símbolo de candor yhttps://4.bp.blogspot.com/_m4-tGPB8i40/SdiquXe4hFI/AAAAAAAAAUE/LRBqG34zKE4/s400/1unicorn20love8or.jpg castidad. Un alquimista del siglo XV, Basil Valentine, escribió “EL unicornio es tan puro que repelo todo lo que puede ser nocivo”. Incluso los gnósticos en pleno Renacimiento consideraban que su figura era el mejor emblema de la pureza.
En el año 1503, Vertomannus, un ciudadano de Roma, aseguró haber visto a dos que se enviaron “al sultán de la Meca como las alhajas más raras y preciosas”. Tres siglos más tarde, el 31 de julio de 1803, The Lincoln Herald informaba que “Un caballero italiano llamado Bertema, que acababa de regresar de África, asegura que vio a dos unicornios en la Meca, los cuales fueron enviados como regalos del Rey de Etiopía al sultán”
Su cuerno, además de ser una eficaz arma de guerra, tenía formidables cualidades terapéuticas. Hubo quienes aseguraron que el color de su punta mutaba según fuese el estado de ánimo del animal: si se mantenía rojo se podía obtener casi cualquier cosa de él; si en cambio lucía un tono negruzco era de extrema peligrosidad solicitarle algo.
Las virtudes de ese cuerno, se supone, fueron la principal causa de la extinción de la mítica especie. El griego Ctesias fue el primero que se refirió a ello. Dijo que tenía la capacidad de neutralizar todo tipo de veneno y conceder la inmortalidad. También se la lograba ingiriendo el polvo que brindaba su limadura. “Todo el vigor del unicornio está encerrado en su cuerno”, afirmó Comas Indicopleustes, un mercader de Alejandría del siglo VI. Y También le atribuyó la facultad de conceder la vida eterna.

Esta teoría fue muy popular a comienzos del Medioevo; los magos y los alquimistas de esos tiempos debían procurarse de polvos de cuernos de unicornio para poder ofrecer sus servicios a los nobles.

Juan Leo, un viajero de la época, escribió: “Este cuerno es un antídoto contra el veneno; y se sabe que muchos animales no beben agua hasta que el unicornio o haya sumergido en ella su cuerpo para purificarla”
En la Edad Media se vivía bajo la constante amenaza del envenenamiento; era una de las armas más difundidas en las cortes de entonces. Por eso los reyes y príncipes  pagaban a precio de oro los vasos fabricados con el cuerno de un unicornio, ya que estaban convencidos de que éstos neutralizaban cualquier tipo de veneno. Los mangos de los cuchillos fabricados con estos cuernos, de decía, despedían un licor sutil que denunciaba cuando la comida estaba envenenada; el asta se ennegrecía al contacto de la mínima sustancia tóxica. La costumbre de utilizar vasos y mangos de cuchillos hechos con imaginarios cuernos de unicornio perduró hasta finales del siglo XVII.

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José María Roca en sus libros La medicina catalana en temps de Joan I y Supersticiones de la Corte del Rey D. Martí, cuenta el aprecio que los reyes de Aragón tenían por la cornamenta del unicornio y se refiere a las virtudes que le atribuían. Cervantes, por su parte, habla de los polvos de unicornio, y hasta 1789 el ceremonial de la corte de Francia exigía que las comidas servidas a la realeza se probasen con instrumentos fabricados con astas de unicornio.
Este inencontrable cuerno se hizo entonces de un elemento de gran valor; lo cual alentó los fraudes. Numerosos cazadores salieron en su búsqueda, y lo que debían tener en cuenta es lo siguiente: a diferencia de otros ungulados, el unicornio era un animal solitario, jamás pastaba en manadas, y el macho y la hembra únicamente se encontraban para los apareamientos. La cría permanecía junto a la madre hasta que el cuerno llegaba a su total longitud; entonces se alejaba con el propósito de vivir su propia vida. Vida que sabía defender con ferocidad. De esto tenían certeza los cazadores, que se atenían a enfrentarse a un animal de fuerza e inteligencia inusuales.
Resultaba prácticamente imposible reducirlo con flechas o lanzas; mucho menos enlazarlo, pues no existís soga alguna que lo resistiese. Los depredadores tenían que practicar una técnica altamente riesgosa: cuando lo divisaban se paraban frente a un árbol y en cuando el unicornio cargaba contra el osado cazador, éste se apartaba rápidamente para que a consecuencia de la tremenda fuerza que el animal llevaba en su estampida el cuerno se clavase profundamente en el árbol. De esa forma el unicornio quedaba sujeto y se lo podía matar.
Una narración menciona que cierta tarde, uno de los cazadores llevó a su hija virgen a una de las cacerías; la muchacha iba cantando dulcemente, ajena a lo que fuera a hacer su padre. Este de pronto divisó a la bestia y se preparó para realizar el acto del árbol. Para su asombro, el animal  no se acercó con violencia, sino que se acercó de forma pacífica y se durmió en el regazo de la asombrada damisela, sin importarle que le serraran su cuerno y que con ello perdiera sus poderes para siempre.

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