El Manuscrito Voynich

manuscrito Voynich

Mientras el mundo, por mucha secularización y desmitificación que haya sufrido los últimos 200 años, no deja de ser ese lugar donde lo insólito, es decir, lo interesante crece por doquiera fijemos la mirada, en las aulas siguen insistiendo en enseñarnos tanta cáscara vacía en medio de ese tedio infinito que nuestros escolares tan bien conocen.

Allá ellos. Nuestra pasión es otra, como decíamos: el mundo. El mundo es muy grande, lo sabemos. Son los acontecimientos y las cosas. Los hechos y la historia. Todo eso va de suyo en un objeto lunático, marciano y saturniano: el manuscrito Voynich. Porque otra realidad es posible.

Y es de locos. La primera referencia que poseemos, respecto a la cual podemos mostrarnos crédulos, es una carta de 1639. El remitente es un alquimista, señor Georgius Barschius, el destinatario un sapiencial jesuita, Athanasius Kircher. La carta viaja desde Praga, por entonces ciudad onírica, sobrenatural, mágica e inquietante, hasta Roma, concupiscible y carnal no menos que eterna y sagrada. Por lo tanto: ¿podría pintar mejor el prólogo de la condenada historia?

 

¿Cuál era el motivo de la epístola? Barschius consultaba a Kircher acerca de una obra inaudita, un manuscrito pluscuamexótico escrito en un idioma desconocido e ininteligible por mano anónima, bien jalonado con las típicas ilustraciones de algunos tratados tan queridos por la tradición alquímica: plantas, figuras, dibujos astronómicos, figuras astrológicas, diseños de una farmacopea, etc.

Ese manuscrito, en virtud de diversos avatares, acabó siendo comprado en un lote por el anticuario (profesión cuyos recursos escénicos la literatura y el cine ni siquiera han explotado por completo) Wilfrid Voynich. Décadas más tarde, el manuscrito pasó a ser propiedad de Universidad de Yale, donde se encuentra actualmente.

Ni que decir tiene que Kircher nunca llegó a descifrar la lengua del manuscrito. Ni Kircher ni las decenas de expertos que vinieron tras él, especialmente en el siglo XX donde se recurrió a simulaciones matemáticas y ecuaciones de gramática profunda en un intento estéril por saber qué decían aquellos pergaminos.

Tantos esfuerzos baldíos han acabado por empujar a algunos eruditos a declarar que el manuscrito Voynich no es más que una monumental broma que algún astuto mago del Renacimiento legó a la posteridad. Si así fuera, el recochineo podría alcanzar dimensiones mayestáticas. Porque las teorías dadas a lo largo de estos últimos siglos respecto al idioma, al autor y a las intenciones del autor han sido tan numerosas como bizarras.

Sin embargo, la mayoría de los analistas no se conforman con la teoría del fraude. De hecho, parece claro que el manuscrito, si no con la transcripción directa de una lengua natural, sí se corresponda con su cifrado. Aunque debe haber algo que se nos escapa. Porque si estuviésemos delante de un simple texto en clave los sesudos estudios de los técnicos ( no lo dudéis) habrían resulto la clave hace ya bastante tiempo. A no ser, claro, que el cifrado se fundamente en una lógica alienígena. Pero esto es ya, nos tememos, abonar el terreno de la ciencia ficción con nuevas semillas: las de nuestra imaginación.