Esta historia, me fué contada por mi querida abuelita (q.e.p.d.) muchas veces, se las comparto:
Más que leyenda, milagro, es el que cuenta la conseja popular mexicana, de por sí tan rica en tradiciones, referente al Cristo del Veneno. Don Samuel Salinas López narra, en su libro Al Rodar de los Tiempos, que el antiquísimo Cristo negro de tamaño natural y cabellera hirsuta, cuya mirada conmueve tiernamente, y que se encuentra pendiendo de la cruz con el cuerpo contraído y reflejando un amargo rictus de dolor, no sólo es diferente a todas las demás imágenes que existen del Cristo Crucificado, sino que luce un color negro azabache causado por los resultados de una historia singular. Bastante avanzada la segunda mitad del siglo XVII vivían en la nobilísima ciudad de México dos hombres, opulentamente ricos, llamados el uno Don Fermín de Andueza y el otro Don Ismael Treviño. Era el primero español peninsular caritativo en grado sumo. La nobleza de su corazón no tenía límites, y su mano se abría pródigamente lo mismo para remediar la desgracia del prójimo que para realizar jugosas aportaciones a Iglesias y Templos. En cuanto al segundo, era ambicioso y mezquino. Tuvo por padre a Don Tomás Treviño y Sobremonte, judío famoso quien también se hacía llamar Jerónimo Reprosa, de quien se asegura fuera quemado por la Santa Inquisición en 1649. Por razones no justificadas por la historia, Don Ismael odiaba secretamente a Don Fermín. Quizá por que sus riquezas eran mayores que las propias, o porque su generosidad -derroche para el judío- le hacían más popular y querido. Don Fermín tenía, entre otras piadosas costumbres, la de ir a dar gracias a Dios hincándose ante la blanquísima imagen del Cristo que se adoraba en la Iglesia de Porta Coeli. Tras un rato de plegaria, depositaba un doblón de oro en la caja colectora... y así era cada día o cada vez que pasaba por el templo. Unas cosas y otras acrecentaron el odio de Don Ismael que, en su mente turbia, urdió la manera de deshacerse de su odiado enemigo, encontrando en un pastel envenenado el medio idóneo para cumplir su fatal deseo. Más tardó en tener la idea que en enviarle al interfecto hermoso pastel de tres pisos a nombre de un amigo íntimo de la víctima, e impregnado de poderoso veneno que actúa dentro de las veinticuatro horas. La mente desviadas de Don Ismael no se conformó con saber que pronto estaría muerto su unilateral enemigo, sino que -morbo de por medio- desde esa mañana le siguió subrepticiamente a todas partes. Don Fermín, ignorante de lo que le tenía deparado el destino gracias a su enemigo gratuito, siguió su costumbre de siempre y, entrando a la Iglesia de Porta Coeli, se postró a los pies del Cristo para elevar sus fervientes plegarias. Culminado el momento de entrega piadosa, Don Fermín se levantó e inclinó al frente para besar los sangrantes pies del Cristo. No bien hubo tocado con los labios la superficie de la escultura, una mancha negra apareció y, lentamente, se fue extendiendo hacia todo el cuerpo ante el asombro del propio Don Fermín de Andueza, y de los fieles que se encontraban a su derredor. Don Ismael, espantado ante tan portentoso milagro, salió de su escondite y se postró a los pies de su odiado enemigo rogando perdón por su acción que, entre sollozos, explicó ampliamente a Don Fermín ante el testimonio de los circundantes. El Cristo, agradecido con este último por su devoción había absorbido el veneno, salvándole de una muerte segura. La noticia cundió por todo México, haciendo la imagen del Cristo aún más famosa. El vulgo le empezó a llamar el Cristo del Veneno o Señor del Veneno, nombre que se le quedó hasta la fecha y ajo el cual le rinden culto millares de fieles diariamente y que atestiguan sus milagros con miles y miles de exvotos que cuelgan a su derredor. Manos criminales, en su eterno intento por acabar con costumbres y tradiciones de México, cerraron el Templo de Porta Coeli y trasladaron la imagen -junto con otras muchas- al antiguo templo de Tlaltelolco, convertido en bodega. Imagínese! Uno de nuestros más grandes tesoros del virreinato, convertido en vil almacén! Pero así es el hombre y sus necesiades. En 1944, la imagen del Señor del Veneno fue trasladada a la Catedral Metropolitana y, desde entonces, se la rinde culto ahí, a la entrada derecha del hermoso edificio, en primer plano. Enseñoreada, como siempre. La iglesia de Porta Coeli fue abierta también por esas fechas y retomó su culto. La historia pierde entre sus páginas los destinos de Don Fermín y Don Ismael. La venerable imagen era objeto de un gran culto en la Iglesia de Porta Coeli, principalmente de fieles del Barrio de la Merced y del desaparecido Mercado del Volador, de los que era el Santo Patrono.