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Nando tenía 19 años en el momento del accidente. Iba con su equipo de rugby en el avión que había partido
desde Montevideo, su ciudad natal. El avión se partió por la mitad, justo por detrás de la fila donde Parrado estaba sentado. Su madre, su hermana y un amigo (que estaban sentados junto a él)
murieron por causa del impacto. El sufrió fracturas en el cráneo, cuyas huellas el investigador Estol pudo comprobar al hacerle un examen en 2006. También le hizo una tomografía computada que
reveló asimetrías sugestivas de un proceso de reparación. Parrado le recordó: "Cuando desperté, podía palpar mil fragmentos en mi cabeza". Esas fracturas del cráneo permitieron que la inflamación
del cerebro (edema cerebral) se descomprimiera sola.
Parrado entró en coma y sus compañeros lo dieron por muerto. Lo colocaron en la entrada del fuselaje del avión y quedó expuesto al frío a 4.000 metros de altura. Al estar en ese lugar, la
temperatura de su cuerpo descendió por debajo de los 36,7 grados (es decir, sufrió hipotermia). Por si fuera poco, durante los tres días que estuvo en coma, no recibió alimento ni agua y se
deshidrató. Estas circunstancias hicieron que la vida de Parrado siguiera. Porque la inflamación del cerebro pudo expandirse a través de las fracturas y no lo mató. La deshidratación por la falta
de agua y de alimentos y la altura limitó el crecimiento del edema cerebral. Y el frío permitió prolongar la sobrevida de las neuronas dañadas por el golpe.
Cuando despertó espontáneamente después de estar en coma, Parrado preguntó por su madre, que ya estaba muerta, y se arrastró hasta donde estaba su hermana en estado grave. "Esto demostró que no
tuvo secuelas neurológicas. Su memoria y su capacidad cognitiva se conservaron en buen estado", afirmó el investigador Estol.
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Después de una avalancha en la cordillera, Parrado con otros sobrevivientes intentaron varias salidas. Y fue
él quien el 12 de diciembre de 1972 salió con otros dos compañeros rumbo al oeste para encontrar los valles de Chile. Pasó 10 días caminando sin mapa hasta llegar a dar con un arriero Sergio
Catalan, quien ayudó para rescatar a los sobrevivientes que habían quedado en el lugar del accidente. "Hay que irse", fue la frase que guió a Parrado.
"Entonces, tuve un pensamiento poderoso como un rayo: no sé cómo ni cuándo, pero mientras esté vivo, voy a luchar por eso. Voy a atacar esas montañas con furia, voy a tratar de escalarlas, voy a
buscar mi vida hasta que pueda y, como sospecho que no podré, pues moriré luchando, y cuando mi rostro pegue contra el hielo me levantaré de nuevo, hasta que llegue un momento en que no consiga
incorporarme más", según contó Parrado en el libro La Sociedad de la nieve, del escritor y periodista uruguayo Pablo Vierci.
Desde ese entonces Parrado volvió once veces a visitar el lugar del accidente desde 1972 en adelante. Y siempre recuerda que su padre le aconsejaba: "No andes en las nubes, Nando. Atiende los
detalles". Una forma de decir -comentó el ahora conferencista- que hay que armar la vida de a poquito, ajustando tuercas y tornillos. Hoy, puede contar la anécdota y sigue con su
vida.
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Un superviviente. Treinta y tres años
después..