Era un joven alto, delgado, elegante y con modales que revelaban una evidente buena educación. En 1669 lo llevaron encadenado a la fortaleza de Piguerol, una prisión francesa de máxima seguridad en esos tiempos. Los policías lo entregaron en custodia especial a monsieur Saint-Mars, el gobernador de tan tenebroso lugar. El prisionero nunca se resistió y nadie escuchó que pronunciara una sola palabra. Desde su ingreso se le concedió un trato especial, ya que se le permitía leer libros y tener contacto casi permanente con un sacerdote, pero la disciplina era igualmente rígida para él, que permanecía en una celda completamente aislada y solitario. Había sido enviado allí por una orden especial del monarca de Francia, Luis XIV –aquel al que se llamó “rey sol”-, y algo lo diferenciaba, también del resto de los prisioneros; algo muy peculiar y misterioso: tenia su rostro cubierto por una mascarilla de terciopelo que solo dejaba libres a sus ojos, su nariz y su boca. Sin entender la razón todos sabían –y él mejor que nadie-, que si se sacaba esa capucha negra, sus guardias tenían orden de matarlo inmediatamente. Así sobrevivió nada menos que durante 34 años. Mucho después Alejandro Dumas lo haría inmortal con su novela “El hombre de la máscara de hierro, una versión romántica e imaginativa de aquella dolorosa realidad. No era de hierro, apenas de un suave terciopelo, pero el terror la mantuvo allí, noche y día durante casi tres décadas y media, con mas fuerza que si hubiera sido de metal. Algunos decían que era un hijo ilegítimo del rey y que, libre, podría amenazar su sucesión. Otros murmuraban que era un noble brujo salvado de la muerte por una de las amantes de Luis XIV, pero condenado de por vida a esa situación. Hubo quienes afirmaban que se trataba de un hermano oculto del monarca, lanzado a la prisión por evitar una competencia que al rey sol no parecía agradarle mucho. La realidad histórica es que NUNCA se supo quien era aquel personaje de suaves maneras y facciones desconocidas. Tampoco se supo porque fue condenado ni porque debió ocultar su rostro durante tantos años. Murió en prisión en 1703, cuando aún gobernaba Francia quien había decretado su tormento. Fue sepultado una noche en un lugar desconocido y los dos hombres encargados de hacerlo fueron asesinados en las siguientes 24 horas, y sus cuerpos habían sido enterrados en lugar no revelado, según se dijo...
Cuando nacieron, el 11 de mayo de 1811, el frío de espanto que alcanzo no solo a sus padres sino al mismísimo Rey de Siam (la actual Tailandia), en cuyos dominios había ocurrido el fenómeno. Los llamaron Chang y Eng. Estaban unidos a la altura del pecho por un tejido común a ambos de unos quince centímetros. Por entonces no se podía ni soñar con separarlos quirúrgicamente. Habiendo ocurrido en Siam quedo para siempre el nombre de siameses a aquellos que nacieran unidos de manera física. En un primer momento el rey quiso ordenar la muerte de ambos por considerarlos de mal augurio ya que, en épocas que a veces no están tan lejanas, se considera peligroso todo aquello que no se comprende. Pero Chang y Eng salvaron sus vidas gracias a que un comerciante escocés llamado Robert Hunter obtiene la tenencia de los hermanos con la condición de sacarlos de esas tierras. Eso era precisamente lo que deseaba Hunter, quien los llevo a Norteamérica y gano una fortuna exhibiéndolos en circos, ferias, y cuanto lugar se prestaba. Ellos, por su parte, al crecer, no tenían problemas en aceptar aquel negocio pero no se llevaban bien entre ellos por sus grandes diferencias de carácter. Chang bebía, por ejemplo. Y Eng protestaba porque odiaba el licor pero se emborrachaba con lo que su hermano bebía. Chang era fuerte y Eng muy débil. Discutían a menudo por casi todo pero no podían dar un portazo e irse, por ejemplo, sin llevar al otro a cuestas. Los médicos polemizaban sobre el tema pero ninguno se atrevía a intentar separarlos, cosa que ellos deseaban fervientemente. A los 20 años abandonaron su peculiar trabajo y se establecieron como granjeros en carolina del norte. Seguían discutiendo, pero a los 44 años de edad se casaron con dos hermanas (Sarah y Adelaide yates). No hubo mas remedio que compartir una enorme cama. Tuvieron 21 hijos, todos sanos y normales. Las peleas entre ellos ya se habían hecho insoportables. Murieron el 17 de enero de 1874, a los 62 años de edad. Y lo hicieron al mismo tiempo. Al fin habían logrado, sin querer, estar de acuerdo en algo.