Sería iniciar un debate tal vez demasiado complejo y tan dado a las burdas simplificaciones. El entendimiento se le turba a la mayoría cuando escucha la palabra droga, término por cierto tan polisémico, amplio, ambiguo. Droga sí, droga no: sin duda se trata siempre de un diálogo de sordos en el que nadie está dispuesto a escuchar al contrincante.
Además, este no es blog político, social, ni siquiera antropológico. Sin embargo, sí que hay una vertiente que nos afecta, cuyo título podría ser: drogas y leyendas y urbanas. Sin embargo, precisamente por ese reduccionismo del que hablábamos, tal título ya parecerá a algunos un “posicionarse”, un no ser neutral: irremediablemente se lo acusa a uno de apologista, defensor, delincuente, camello.
Pues no amigos. Nosotros ahora no decimos ni que sí ni que no a las drogas, porque sabemos que no todas las llamadas drogas son iguales, que algunas de ellas apenas lo son y que un número ingente de sustancias que, por el contrario, han sido bendecidos con los nombres de medicamento tienen el dudoso honor de sustentar interminables listas de homicidios (eso por no hablar, eterno retorno, de alcohol y tabaco…pero respecto al segundo, mejor no hacer leña del árbol caído).
La historia social de las drogas es apasionante. O sea, contemplar el desarrollo de las legislaciones al pairo de los usos y abusos sociales y, sobre todo, bajo la égida del proteccionismo estatal (curioso también es observar la siguiente paradoja: el siglo XX vio crecer el mayor liberalismo económico de la historia…en tanto el intervencionismo del estado se hizo absoluto en cuestiones morales y de higiene). Pero se la dejamos a los expertos del ramo, que los hay.
Ciñéndonos a lo que nos trae aquí: habría un montón de relatos que narrar. Sin siquiera incidir en las conocidas como drogas blandas, sino incluso en las sintéticas. Respecto del temible MDMA nadie lo contó mejor que el señor Escohotado, si no nos falla la memoria. Este bloggero tiene grabada en la memoria de su adolescencia un artículo que lo conmovió de modo sisífico y que bien merecería convertirse en salutación del grueso libro de la infamia, en el que tanto caben decisiones políticas de las altas esferas de la geopolítica, como anónimas escenas de un sábado madrugada.
Titulares de periódicos de hace años: una pareja muerta por consumo de éxtasis. Luego adentrándose en la noticia resultaba mucho más inquietante. Chico y chica de fiesta en un país europeo. Se encuentran con un desalmado. Les vende matarratas. Mientras el chico agoniza, el “gran hijo de” viola a la novia. Al final les corta la cabeza. Sin comentarios.
En realidad, hay tantas y tantas falsedades que no acabaríamos nunca. Solo queríamos hablaros de la última leyenda urbana. Hace referencia a una sustancia nueva, cuyo nombre no daremos. No queremos dar la impresión de tomar partido. No es así: cada uno debe sopesar pros y contras (y sin duda un contra muy a tener en cuenta es el grado de dependencia que demuestran muchas personas. Por eso no nos encontréis en ninguna de los dos reduccionismos). Eso, claro, no significa aceptar las mentiras sin más.
Respecto a esta sustancia novedosa, que todavía se mantiene en un limbo jurisdicconal: se teclea su nombre en Google y salen cientos de artículos sobre la muerte de dos jóvenes en Inglaterra. Si se leen algunos se descubre que, en el fondo, están copiados: la fuente es la misma.
Lo curioso es que con un poco de paciencia aparecen las primeras sombras. Aquí, allá, alguna breve nota de los mismo periódicos advirtiendo que, al final, la muerte de los jóvenes no se debía a la droga. Da lo mismo: el trabajo de desinformación ya está hecho. Solamente hacemos una pregunta: ¿ es así como queremos que nuestros jóvenes opten por vida más saludables? ¿Mintiendo? ¿Tejiendo leyendas urbanas? No sé, ustedes, ¿qué piensan?