¿Hay formas idiotas de morir? Y si las hay, ¿qué vínculo existe entre una muerte estúpida y el más importante científico inglés del siglo XIX? ¿Y entre Darwin y Winona Ryder? ¿Puede un hematofóbico ser detective e investigar homicidios? Todas las respuestas se resumen en la expresión The Darwin Awards, Los Premios Darwin.
Estos curiosos galardones no premian la excelencia. Se conceden, de forma póstuma, a aquellas personas que mueren de un modo tan absurdo que su desaparición, a ojos de la especie, en vez de tragedia puede considerarse como una bendición: sin ellas, al ser humano solo le cabe perfeccionarse genéticamente.
La cosa tiene su gracia. Algunos de los casos premiados con un Darwin aparecen en una simpática y divertida película de hace tres o cuatro años: The Darwin Awards, protagonizada por una extraña pareja, Winona Ryder y Joseph Fiennes. Entre los dos hay química, aunque sea una química bastante bizarra.
Hemos dicho que los Premios Darwin se conceden de forma póstuma. Hay excepciones. No siempre es necesario morirse para que un individuo se vea incapacitado de poder propagar la especie. En efecto, si el accidente no causa la muerte directa, pero sí la imposibilidad de tener descendencia, esto es, la infertilidad, el sujeto en cuestión puede recibir un Premio Darwin en vida. Aunque seguramente preferiría no recibirlo.
Los premios se llevan otorgando desde hace más de veinte años. Un hito importante en su difusión y conocimiento llegó con Internet. Así es: este tipo de fina ironía, de distancia con ese lastimero momento en la vida de cada uno que es el morirse, ironía que al fin y al cabo subyace en el hecho de tomarse con humor la muerte ajena, incluso la infertilidad propia, ya solo parece propia de la red…o de algunas películas.
En la cinta The Darwin Awards hay un compendio de muertes premiadas: entre otras, el fallecido tras quedarse engachado a una máquina expendedora, aquel que en su nuevo ático de cristales a-prueba-de-meteorito quiso probarlos lanzándose a la carrera contra ellos…despeñándose a continuación rascacielos abajo, o aquel otro que, tal vez queriendo imitar las gestas de un Fernando Alonso y soñando la fama inmortal, le colocó un cohete a su coche para romper la barrera del sonido. Por desgracia, no fue eso lo único que se rompió…
Muertes absurdas, sí, muertes idiotas. Pero, si no propias de personajes heroicos, porque la verdad es que no los son, lo cierto es que ni mucho menos resultan vulgares. Sin duda, el apelativo de cómicos es el que más les conviene. Pero cómicos a su pesar…¡Dios guarde en su cielo lo que Darwin premió en tierra!